Sucedió anteayer, último día de estancia de ambos en la Isla antes de emprender "ella" viaje a París, a disputar el prestigioso torneo Roland Garros.
Como cada día desde el lunes, ambos habían jugado a tenis en las pistas de N'Aguaït. Tras el almuerzo, a media tarde, se dirigieron a S'Era de Pula, donde vimos que Anna se tomaba un helado en la terraza y su novio un refresco. De pronto, la madre se fue a dar una vuelta por el campo "¿a jugar a golf?", y al quedarse solos se enternecieron. Fue, cómo se lo diría, como dos témpanos a punto de derretirse de pura pasión... inocente. Pues salvo de un par de besitos dulces en los labios, acompañados de abrazos y carantoñas, la cosa no pasó de ahí. Puro fair play. Que en ella, acostumbrada a practicarlo, lo entendemos, no en él, jugador de hockey sobre hielo, donde el trancazo, o mejor, el 'sticazo', está a la orden del día. Pero, a lo que iba. Tras «matarla» entre sus brazos, Sergei, que no se quitó las gafas ni a tiros, ¡ni siquiera cuando la besó!, sonrió feliz. Y yo lo entiendo: no todo el mundo puede doblegar tan fácilmente a tan prodigiosa jugadora de tenis llamada a escalar cimas más altas, pues dicen los entendidos que no ha hecho más que estallar.
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