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Sin duda lo que tiene más morbo de El Gran Hermano es el gran zarpazo que recibe el expulsado. Anoche Mercedes Milá desde el plató hizo el producto, tensando las cuerdas, mientras los adanes y evas se consumían en una angustiosa espera, sin saber quién saldría del paraíso para ganarse el pan con el sudor de la frente o de otras zonas del body humano aún más productivas. Por fin La Gran Sor abrió el sobre de Damocles y pronunció la palabra fatídica: ¡Ahhhghh... Vanesssa! Una corriente de 450 w. recorrió los espinazos de los cautivos y enseguida Marina procedió a deshidratarse por el lacrimal, mientras Vanessa, muy entera ella, tomaba la maleta y se dirigía hacia la puerta. Mónica ni se inmutó, porque se ve que es poco dada a los plañideos y a las pantomimas.

El que también se emocionó fue Íñigo, el Escatológico, ese joven que todo el día hace manualidades en el interior de sus orificios más recónditos, pero sus lágrimas no le llegaron a las mejillas porque le quedaban prendidas en las legañas. Antes de que Vanessa abandonara el recinto, Iñigo le regaló un tito majestuoso, que sacó en aquel instante de su nariz para que llegara fresco a su destino. María José, en el plató, cada vez que veía a Mónica, dejaba escapar una espesa espumilla por las comisuras, porque la odia. Ya dijo hace poco en una revista: «Que sepa toda España que si Mónica se mete con Vanessa se las verá con la pantera de María José». Llegas tarde, chata.