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La información acerca de las supuestas actividades de Mónica en el club de alterne alicantino D'Angelo aparece perfectamente explicada en la página anterior y, dado que un servidor huye de las valoraciones morales (en una reunión de borrachos el sereno estaría fuera de lugar) no se va a incidir aquí en lo más mínimo en el tema; pero hay una pregunta ineludible: ¿Cómo es posible que una persona en sus cabales se interne en un ojo público que irremediablemente va a ventilar hasta sus más ocultos secretos? ¿Acaso no sabe nuestra Mónica que perviven atavismos individuales y colectivos que van a convertir su biografía pública en un calvario y que no habrá Verónica que le seque piadosamente los sudores?

Lo harán las revistas sensacionalistas con total impiedad y, así como en el Nuevo Testamento el rostro de Cristo quedó para siempre estampado en el pañuelo, el de Mónica permanecerá eternamente en los anales de Madame Claude y en las secciones de relax. Porque la gente es mala: Iván, sin ir más lejos, somete al escatológico Iñigo a una fuerte presión, porque se ha dado cuenta de que los demás empiezan a no querer acatar su liderazgo y necesita reafirmarse. Angelito: no sabe que el día menos pensado podría amanecer encerrado en el gallinero cual ponedora, porque el joven de los mocos de oro es de los que se la guardan y actúan sin contemplaciones. Tiene la mirada del señor Bates antes de la escena de la ducha.