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ETA ha vuelto a matar. En esta ocasión la víctima es Jesús María Pedrosa Urquiza, uno de los cuatro concejales del PP en el Ayuntamiento de Durango, un hombre que había renunciado a llevar escolta porque se sentía seguro en su propio pueblo. Los bárbaros no han respetado ni eso, ni que fuera domingo, pero eso no debe de sorprender en quienes no respetan ni la vida de los demás. Desde el fin de la tregua unilateral de la banda es el quinto muerto que hay que sumar a una ya interminable lista.

A poco de conocerse el crimen, las reacciones no se han hecho esperar por parte de los políticos de todos los signos. Tal vez lo más llamativo ha sido la postura del lehendakari, Juan José Ibarretxe, que declaraba que el Gobierno vasco convocará concentraciones silenciosas y se sumará a las demás que se convoquen de forma unitaria. Una postura que puede y debería mitigar las tensas relaciones que han mantenido PP y PNV desde el fin del período de tregua. Porque es evidente que la unidad de los partidos democráticos debe primar sobre cualquier otra cuestión en este asunto del terrorismo.

Hasta el momento, los ciudadanos nos hemos cansado de asistir a continuos rifirrafes entre los políticos del PNV y del PP. Y si bien es cierto que parte de razón asistía a unos o a otros en función de cada momento y de cada situación, la división vivida no favorecía en nada un clima absolutamente preciso para acabar con la violencia.

Ahora bien, los asesinos son los que son, los miembros de la banda ETA, los que empuñan armas y disparan en la nuca a ciudadanos de ideologías diferentes, aunque el nexo común de todos ellos sea que son demócratas. Y son precisamente estos desalmados los responsables de este baño de sangre al que hay que poner fin definitivamente.