Ya al principio del programa, tras aparecer los concursantes supervivientes jugando al tocador de la señorita Pepis, tinte va, tinte viene, Mercedes Milá interrogó a los psicólogos, que tuvieron la desfachatez de asegurar que «Gran Hermano» es un espacio de TV, y no un fenómeno sociológico. Quizá pretendían minimizar su responsabilidad mediática.
En efecto, un espacio que cuenta con un equipo de psicólogos y supera los doce millones de audiencia, propiciando que «Interviú» linche públicamente a Mónica por haber tenido una profesión sociológicamente repudiada por la moral colectiva no es un programa sociológico, sino un boquerón en vinagre con un ramillete de perifollo en flor por corbata. Ya lo habíamos sospechado.
Poco después vimos imágenes de Íñigo «el Escatológico», en sus momentos divertidos. Este joven cada día se parece más a Nicholson en «El resplandor», cuando ya le ha dado el «yu-yu». El día que se le dispare el hipotálamo el equipo de psicólogos tendrá que pedir la excedencia forzosa. Por cierto: todo el mundo se pregunta cómo es posible que el sevillano lleve siempre un polo verde aunque los sapos y gusarapos se le salgan por las sisas. Su papá lo contó así de claro en el plató: «Tiene una exclusiva» (qué espontáneos son estos chicos en libertad, se levantan por la mañana y se ponen lo primero que encuentran). También debe de tener contrato con una tocinería y una fábrica de pegamento. Eso explicaría su pasión por los mocos.
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