Era extraño que el Más Allá tardara tanto en colar un submarino de santidad en la casa, cuyas noticias últimamente parecían de la gaceta dominical de Sodoma y Gomorra. Y ya que los que nominan parecen sintonizar con tales «designios», esta vez han sacado la carta de las virtudes teologales y cardinales a través de esta muchacha casada con un agente de la ley, que también tiene su importancia como guinda final del pastel.
Mabel es prácticamente perfecta: en su plenitud de las treinta y cinco primaveras, coordina la felicidad familiar con su talante emprendedor, alegre y dicharachera cual Sor Citroën y es madraza protectora de unas preciosas criaturas, muy bien educadas por cierto, y todos juntitos van a menudo al campo para admirar la naturaleza; le encantan los animales, pero sobre todo una extraña raza de buldog de reducidas dimensiones y, por si todo esto fuera poco, habla normalmente, detalle que en realidad la podría marginar de sus compañeros de encierro.
No obstante, varias colegas del trabajo de Mabel sometidas al tercer grado manifiestan que no tiene nada de mojigata, sino todo lo contrario. «Ten en cuenta que cuando trabajaba en Mallorca, hace poco más de un año, todos los fines de semana convivía en un piso de rehabilitación con un grupo de jóvenes discapacitados, solucionando temas de convivencia todos los días». ¿Debemos deducir que la dulce Mabel esconde un estilete en su interior?
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