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Ayer los espectadores que osaron conectarse al Hermano tuvieron que correr en pos de una jofaina para el gómito, porque la migraña da gómitos, supongo que el lector docto ya lo sabía. Y dicha crisis aparecía al sonar las notas de la canción compuesta por los concursantes como prueba de la semana.

Parecían inquilinos del Nido del Cuco en plena terapia de urgencia y tenían tanta musicalidad como una petardà valenciana. Mabel «Misericordiae» iba de rockera-catequesis y brincaba jubilosa a lo Pili y Mili. Íñigo «El Escatológico» golpeaba dos palitroques desaforadamente, como un eslabón perdido de En busca del fuego prendiendo matojos. Y Ania, oh excelsa criatura, envuelta en un canelón rossini de hoja de remolacha, se convulsionaba cual posesa conectada a un poste de alta tensión, con un taconeo patizambo descoordinado perfectamente descrito en los tratados de psiquiatría profunda, apartado «convulsiones terminales paranoides».

Luego hicieron rosquillas de chocolate y Ania le ofreció una a Íñigo con palabras que evocan a una candorosa Heidi en su cocina alpina: «Esto debe estar que te cagas, tío», pero él la rechazó con cara de musgo, y es que realmente parecían cagarrutas de perro descompuesto. Un amigo me ha amenazado de muerte si lo cuento, pero ahí va: ayer su hija preparó idénticos dulces para la cena, así que es posible que ocurriera lo mismo en millones de hogares españoles.