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Ocurrió a principios de semana. Mónica Ruiz fue el tema principal en Tele 5 en un espacio que no suele tener demasiadas contemplaciones con sus invitados. Sin embargo, Xavier Sardà trató a Mónica como a una princesa. Destronada, pero princesísima. La entrevistó durante más de media hora, con tal cuidado en la pronunciación de la palabra prostituta y similares, que parecía que manipulaba una bomba de megatones.

Luego aparecieron Cristina Tárrega, tan megaordinaria como siempre, el director de Pronto (habría sido mejor el de El Caso), el periodista de La Vanguardia Josep Sandoval y ese coso indescriptible que se cuela en todas partes, el polifacético (y por ello diseminado e inconcreto) Enrique del Pozo. Todos ellos defendieron a Mónica con furibundez, alabando sus polémicas actividades y vociferando que no tenía por qué ser perdonada y que la profesión de pupila de Madame es la mejor del mundo. Les faltó un altarcillo con botafumeiro para santificarla allí mismo.

La verdad es que Mónica estuvo brillante, pues no sobreactuó en absoluto ante tanto bálsamo bebé y fue discreta en sus manifestaciones. No hizo lo mismo Cristina Tárrega, a quien tras hacer aquel turbio programa de consultorio hipersexual le han quedado tics irrefrenables: al escuchar entreabría la boquita y entorsillaba la lengua como una camaleona, mientras dirigía miradas de felatriz en plena faena a los contertulios.