El anuncio de la consecución del primer borrador del mapa del
genoma humano tiene, sin lugar a dudas, una importancia histórica,
por todo cuanto aporta al conocimiento científico y, sobre todo,
por lo que puede suponer por lo que respecta a la mejora de la
calidad de vida humana. Y esto es así debido a que gran parte de
las enfermedades mortales que acechan al hombre tienen un origen
genético. Es precisamente en esta lucha en la que pueden darse,
tras la secuenciación del genoma, los mayores avances. Completar el
mapa genético del hombre fue uno de los mayores deseos de
científicos de la talla de Mendel, Pasteur, Ramón y Cajal o Severo
Ochoa, lo que nos da una idea de su relevancia científica.
Sin embargo, también existen numerosos peligros. Precisamente a
la carencia de un marco ético en el que situar el descubrimiento se
han referido desde los políticos más importantes hasta la misma
comunidad científica. Como en todos los grandes descubrimientos de
la humanidad, caben malos usos y el genoma no es una excepción. La
manipulación genética no sólo puede ser un instrumento para la
curación, sino también una de las armas más potentes que puede ser
utilizada en contra del mismo hombre.
Por todo ello, es preciso ahora abordar cuestiones vitales para
su correcta utilización, determinar quiénes tienen que conocer el
mapa genético, concretar que usos va a tener y, por supuesto, fijar
que limitaciones deben imponerse.
Estamos, evidentemente, ante uno de los grandes pasos
científicos de todos los tiempos. Por ello, es necesario no caer en
excesivas euforias y reflexionar seriamente sobre las grandes
posibilidades que éste nos brinda. En nuestras manos está que el
genoma no se convierta en un instrumento de destrucción.
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