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Falleció con dignidad, su sangre se vertió sobre el parqué sin apenas salpicaduras. Sus compañeros de encierro se quedaron tan patidifusos, que no tuvieron ni tiempo de aflojar los esfínteres. Mabel Misericordiae rompió a llorar como si delante de ella acabaran de despellejar viva a Bernadette. Ania soltó un sollozo (más bien vaginal), pues ahora ni las gallinas van a pretender su cuerpo serrano. Ismael salió inmediatamente al jardín a dar un paseo desesperado, como César al enterarse de una epidemia de moquillo en las Galias. Incluso Koldo, que es tan suyo, estalló en imprecaciones: «No lo entiendoooo, pero qué está pasando!». A lo mejor hallará la respuesta en los textos de Kafka, su maestro.
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