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Falleció con dignidad, su sangre se vertió sobre el parqué sin apenas salpicaduras. Sus compañeros de encierro se quedaron tan patidifusos, que no tuvieron ni tiempo de aflojar los esfínteres. Mabel Misericordiae rompió a llorar como si delante de ella acabaran de despellejar viva a Bernadette. Ania soltó un sollozo (más bien vaginal), pues ahora ni las gallinas van a pretender su cuerpo serrano. Ismael salió inmediatamente al jardín a dar un paseo desesperado, como César al enterarse de una epidemia de moquillo en las Galias. Incluso Koldo, que es tan suyo, estalló en imprecaciones: «No lo entiendoooo, pero qué está pasando!». A lo mejor hallará la respuesta en los textos de Kafka, su maestro.

La pregunta crucial en estos momentos emocionados, mientras todo el país acaba de preparar los embutidos es: ¿Qué harán a partir de ahora los concursantes sin las estalactitas de mocos apergaminados bajos las mesas? Y también hay otra cuestión crucial: ¿Íñigo ha salido de la casa solo o se ha llevado las pulgas? Supongo que Leo Bassi, que ha alquilado el solar anexo a la casa del G.H. para publicitarse, se habrá montado en el andamio con un fuet para participar al mundo el suceso, continuando su patética performance terminal, pues un artista que necesita chupar del bote como él tendría que ser el primer expulsado del elenco. La nómina del Gran Hermano ha perdido a un Gran Gorrino.