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He aquí un joven Blai Bonet de mirada perdida hacia la lejanía. Aun siendo consciente de que su buen amigo, el fotógrafo Planas Montanyà, estaba realizando una sesión de fotografías para inmortalizar su imagen en el recuerdo, su mente cavilante no cesaba de inmiscuirse en los secretos que de la propia naturaleza pretendía descifrar. Blai Bonet era un innato filósofo que se sentía obligado de continuo a formularse las preguntas Per què som al món? Què feim aquí?

La amistad con Planas derivó en un hermoso trabajo que realizaron a dúo. Se trataba de un libro sobre Mallorca y sus paisajes y nuestra ciudad, Palma, y sus gentes. Blai Bonet tomaba las fotografías de Planas como un espacio en el que hacer navegar sus ideas y las resumía en escasas líneas de texto. Como en sus artículos periodísticos, que publicaba en los periódicos locales, Bonet empleaba su propio método para acercar sus pensamientos al lector de sus columnas. «Los artículos periodísticos deben ser siempre poemas didácticos». Las palabras, siempre las palabras, esos eslabones de una larga cadena, tan larga como su propia vida. En sus libros habita un vigor tan antiguo como la literatura y como el hombre. Sus versos tienen la apariencia abrupta de un caos sensual que siempre contiene el origen de una intuición. Sus dietarios, fraguados con apariencia de retazos, y sus reflexiones sobre las fotografías realizadas por Montanyá conforman un original tejido de reflexiones.

Quizá su delicada salud le proporciona una sensual melancolía y quietud que le permite ver el mundo con otros ojos. Quizá su estancia en el seminario, que tuvo que abandonar por su dolencia pulmonar, le invita a espiritualizar sus sentimientos. Quizá sentirse obligado a caminar por tierras del Migjorn, aspirando el olor de la tierra que le vio nacer y dejándose cegar por el color de oro viejo que el sol confiere a las piedras de Santanyí, le invita a reflexionar sobre las grandes preguntas de la vida del hombre.