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No podía haber lucido más una fiesta del ron, en esta caso auspiciada por Bacardí, que con la actuación de la cantante, pianista, compositora y arreglista cubana que fue definida por la finalista del Premio Planeta Zoé Valdés como «el emblema de todas las diosas cantoras».

Lucrecia arrasó la noche del pasado sábado en El Dorado, frente a un público que sobrepasaba ampliamente los dos millares de fans incondicionales, que perdieron el norte y el resto de puntos cardinales ante su buen hacer musical y presencia bellísima, presidida en lo alto, como siempre, por su polícroma melena trenzada. Lucrecia Pérez Sáez dijo en varias ocasiones que canta al amor, pero «al amor sin barreras de sexos ni razas, como lo he aprendido aquí». Y es que llegó a Barcelona hace seis años, donde reside habitualmente, tras una larga preparación musical en Cuba, su tierra natal. Cuando tenía tan sólo seis años, ya llevaba tiempo pidiendo a los Reyes Magos un piano de juguete; sus padres no sólo le proporcionaron el capricho, sino que la matricularon en la Escuela de Música de La Habana, sin duda cómplices de un don musical que pugnaba por abrirse camino.

Tras dieciséis años de estudios "aprendió canto con Isolina Carrillo, autora del celebérrimo tema «Dos gardenias»" se enroló en una orquesta de mujeres llamada Anacaona y más tarde viajó a Barcelona donde al poco tiempo ya se había convertido en reina de míticos locales de música en directo como La Boîte, Jamboree, Tarantos, La Bodeguilla del Pueblo, Luz de Gas o La Tierra. En su repertorio Lucrecia mantiene el ombligo emocional familiar, pues cuenta con composiciones de su padre, como «Amor de entre semana», de su progenitora, que le escribió, entre otras, «El despiste» y de su Tío Julito, autor de «Mima, na má», quien actualmente reside en Miami sin poder regresar a Cuba, como estuvo a punto de ocurrirle al pequeño Elián, caso que lleva a Lucrecia a pensar que «están jugando con ese niño, sencillamente.