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ETA ha vuelto a intentar alterar la vida de este país. Lo temprano de la hora en que estalló el coche bomba en el centro de Madrid "las seis y media de la mañana" y el aviso previo, así como las precauciones de los policías que acudieron al lugar evitaron que la explosión provocara una masacre. Las autoridades todavía no se explican el motivo del atentado de ayer, día en que precisamente se cumplía el aniversario del asesinato de Miguel Àngel Blanco. Por un lado parece ser que la elección del lugar y de la hora demuestran que la banda terrorista quería dañar esta vez los centros comerciales de la zona, especialmente uno de capital francés. Pero, por otro, la táctica de avisar a la policía de la hora de la explosión y hacer estallar el coche bomba minutos antes de lo dicho es una táctica utilizada anteriormente para intentar acabar con la vida de los artificieros.

Pese a todo, nueve personas resultaron heridas, una de ellas de gravedad, y de la acción terrorista se derivan también enormes daños materiales. Naturalmente, todas las fuerzas políticas, excepto Euskal Herritarrok, se han apresurado a condenar el atentado y a pedir de paso al PNV que se desmarque de quienes justifican la violencia.

Volvemos a lo mismo de siempre. Las condenas son necesarias, son correctas y son exigibles para saber de parte de quién está cada cual, pero eso no basta. La situación política en el País Vasco se está poniendo insostenible mientras los terroristas campan a sus anchas de un lado a otro preparando quién sabe qué salvajadas. Y desde el Gobierno central sólo se piden elecciones anticipadas en Euskadi. Quizá se solucione algo con ello, pero no el problema principal, el único, que es ETA. Hace falta más valentía política, una apuesta fuerte y decidida por el diálogo y la paz.