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Con el exterior de la casa convertido en la pista del Circo Price, lleno de lucecitas de colores y cientos de gentes en pleno paroxismo infantiloide, solo faltaba que la Milá se descolgara desde un trapecio, cual Pinito del Oro, pero permaneció en el plató, eso sí, con un vestido rosa tan brillantinoso, que parecía un polo de fresa recién chupadito. La presentatriz conectó con los concursantes, que se vieron por la tele por vez primera. Iván iba con bombachos horteras estampados cual cortina de ducha y camisola a juego, la viva imagen de un beodo terminal del balneario 6; Ania quiso homenajear las barras americanas en general, por lo que lució un vestido de falda «tubo-que te en-tubo», de skay, de color nabo rosado, escote de «¿vamos a tu casa o a la mía?» y tacones de aguja de calceta; Ismael se vistió cual Rey del Velomar, es decir, con una camisola náutica con más colorines que una pizza veinticuatro estaciones, sobre holgados pantalones, también polícromos, a media jamba. Estaba elegantón como una sardina travela arrojada por la marea y tan nervioso, que apenas lograba cubrirse la piñata de Bugs-Bunny con sus morritos de conspirador.

Al verse en la pantalla, los concursantes no sufrieron el mismo impacto que la audiencia, por lo que no se precipitaron en busca de manta zamorana alguna con que cubrirse las deplorables pintas. Estaban tan fuera de sí que les daba igual desguazar a los televidentes por el lado estético. Así, nada más empezar el programa les anunciaron que enseguida designaban al primero que debía abandonar el recinto y anunciaron el nombre de... ¡La pequeña perrita Mafi! La Milá les gastó una bromita inicial que les dejó la médula espinal hecha una croqueta. Pero a media hora del inicio aún les quedaba tortura, pues les iban notificando los porcentajes, sin dar nombres, con lo que sus mentes sarracenas iban haciendo sus mezquinos cálculos.

Al mismo tiempo, nos iban conectando con el plató, donde estaban todos los ex concursantes, que sin duda habían pasado toda la jornada en la esteticista de Puerto Urraco. Íñigo «El Escatológico» iba con pelopincho engominado: ya sabemos como amortiza el «mocórum»; María José llevaba un moño de tal envergadura, que no sabemos si se lo diseñó un sobrino-nieto del señor Eiffel; Israel y Silvia parecían a punto de presentar el festival de Benidorm, la porcina Marina se había cobijado bajo un pelo-casco de existencialista francesa trasnochada, mientras que Jorge esparcía su habitual mirada de niño paranoide adicto a los tanques de plástico y Mabel Misericordiae abría los ojos y enroscaba la sinhueso como si acabaran de estigmatizarla con un hierro candente. Total, que cerraron las votaciones y prepararon el terreno para el golpe definitivo. El primero en salir fue Iván, que dejó a Ismael sollozando cual Isolda que enviudara en pleno ataque de hemorroides. Y al final de todo ¡Ismael, el conejo! acaparó los laureles para este escabeche nacional. ¡Socorroooo!