Con el exterior de la casa convertido en la pista del Circo Price, lleno de lucecitas de colores y cientos de gentes en pleno paroxismo infantiloide, solo faltaba que la Milá se descolgara desde un trapecio, cual Pinito del Oro, pero permaneció en el plató, eso sí, con un vestido rosa tan brillantinoso, que parecía un polo de fresa recién chupadito. La presentatriz conectó con los concursantes, que se vieron por la tele por vez primera. Iván iba con bombachos horteras estampados cual cortina de ducha y camisola a juego, la viva imagen de un beodo terminal del balneario 6; Ania quiso homenajear las barras americanas en general, por lo que lució un vestido de falda «tubo-que te en-tubo», de skay, de color nabo rosado, escote de «¿vamos a tu casa o a la mía?» y tacones de aguja de calceta; Ismael se vistió cual Rey del Velomar, es decir, con una camisola náutica con más colorines que una pizza veinticuatro estaciones, sobre holgados pantalones, también polícromos, a media jamba. Estaba elegantón como una sardina travela arrojada por la marea y tan nervioso, que apenas lograba cubrirse la piñata de Bugs-Bunny con sus morritos de conspirador.
Ismael, hijo predilecto del Gran Hermano
El galardonado asumió la gloria sin pena y montó el numerito de la falsa modestia, ante una Ania que se mordisqueaba los morritos con rabia
22/07/00 0:00
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