Sorprende que en un tramo final de presidencia, se anuncie desde
Washington un plan tan importante como el llamado a desarrollar el
Sistema Nacional de Defensa Antimisiles, más popularmente conocido
como escudo o paraguas nuclear. Juzgan los norteamericanos que
dicho sistema garantizaría el equilibrio nuclear ante el peligro
que suponen países «potencialmente» terroristas (Corea del Norte,
Irán, Irak) que a la vuelta de unos años contarían con la
tecnología suficiente como para lanzar un ataque sobre territorio
americano.
Algo muy diferente se opina desde Rusia o China. Para unos y
otros, el plan norteamericano significará el pistoletazo de salida
de una nueva carrera armamentista, lo que no sólo echará por tierra
los esfuerzos encaminados al desarme llevados a cabo en los últimos
años, sino que supondrá el retorno a la guerra fría. Chinos y
rusos, unidos ahora por lo que han denominado «compañerismo
estratégico», se proponen oponerse al proyecto americano,
decantándose por un mundo multipolar ajeno a la hegemonía de una
sola potencia.
Independientemente de la consistencia "o conveniencia" de los
argumentos de unos y otros, una cosa está clara: y es que en este
momento el inoportuno plan de Estados Unidos ha conseguuido el
acercamiento entre sus dos grandes rivales. Las relaciones entre
Rusia y China, independientemente de afinidades ideológicas, han
estado tradicionalmente marcadas por una mutua desconfianza. Pese a
unirles el «odio» al enemigo común, Estados Unidos, rusos y chinos
han venido recelando unos de otros en su papel de segundones, de
poderosos segundones. Ahora, hermanados por esa atrabiliaria
decisión norteamericana de resucitar el viejo proyecto del paraguas
antimisiles, rusos y chinos se hallan en disposición de prestarse
mutuos favores. Así, las compras por parte de China de armamento y
tecnología rusos permitirán sanear la economía del muy necesitado
complejo militar industrial ruso. Mientras China, por su parte,
tenderá de alguna manera un puente hacia Occidente que permitirá
paliar su estéril aislamiento. En suma, estamos ante lo que parece
un patinazo político-diplomático de Washington.
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