Aunque últimamente parecía imposible, la banda terrorista ETA ha
conseguido complicar aún más el clima político. La noche del martes
nos sorprendía con la noticia de la muerte de cuatro activistas que
seguramente preparaban algún terrible atentado en Bilbao. No es
para alegrarse, desde luego, pero tampoco para dramatizar. «Quien
ama el peligro, perece en él», lo dice la Biblia, que contiene tres
mil años de sabiduría. Y así es. Los cuatro desgraciados que han
visto su vida sesgada en plena juventud no tenían otro objetivo que
causar ellos mismos el mayor daño posible, sin importarles cómo
queda una familia, un pueblo y un país entero tras hechos como el
que ocurría sólo horas después, a mediodía de ayer, en Zumaia.
Un atentado que da un poco la vuelta a la tortilla política: el
asesinato del presidente de los empresarios guipuzcoanos, José
María Korta, un nacionalista de siempre, un buen hombre que luchó
por mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. ETA lo reventó
a las puertas de su empresa, provocando la natural consternación en
el mundo del nacionalismo vasco, que ha visto de pronto cómo las
pistolas ahora también les apuntan a ellos.
Lo más probable es que los terroristas quisieran con esto dar un
aviso, un escarmiento, a los empresarios que "como Korta, como debe
ser" se niegan a pagar el «impuesto revolucionario». Pero con esta
acción han atacado directamente al PNV, socio y aliado de EH. Pero
no les bastaba. Otro sobresalto, esta vez en Madrid, en pleno
centro, nos alteraba a media tarde. Por fortuna sólo ha habido
heridos. No será el último. En cualquier lugar, en cualquier
momento, estallará otra vez la barbarie. ¿Hasta cuándo? Quizá el
PNV reaccione ahora de otra forma y opte, al fin, por ponerse del
lado de los demócratas.
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