Chile ha vivido durante años una dictadura cuyas horribles
consecuencias sólo se han conocido después. Y, como ocurre con
todos los regímenes opresivos, el chileno no pudo sostenerse sólo
con la fuerza de las armas y del terror. Una parte de la población
apoyaba y continúa respaldando al responsable de aquellos años:
Augusto Pinochet. La Justicia ha conseguido desaforar al senador
vitalicio para que pueda ser juzgado por crímenes de los que le
acusan nada menos que 158 querellas. Ahora las encuestas aseguran
que el 52 por ciento de los chilenos está de acuerdo con esta
medida. Lo que nos lleva a pensar que el país sigue estando
dividido, pues ahí queda un 48 por ciento que, o bien no quiere
opinar, o bien está del lado del dictador.
Por eso es difícil la situación chilena. El país está tranquilo,
dice su presidente, quizá porque la mayoría de sus ciudadanos
"incluidos los militares, siempre protectores y amigos del senador"
sabe que lo más probable es que Pinochet nunca vaya a la cárcel,
dada su avanzada edad "84 años" y su delicado estado de salud. Los
procesos judiciales de este calibre son largos, demasiado, sobre
todo para un anciano al que su encierro londinense le ha dejado
secuelas. Pese a ello, aunque jamás conozca la cárcel o ni siquiera
llegue a conocer el veredicto, sobre su conciencia quedará la
responsabilidad de cerca de tres mil asesinatos y desapariciones
ocurridos durante los años más negros de la historia chilena.
Casi dos décadas "de 1973 a 1990" en las que los chilenos vieron
cómo cambiaba el rumbo de sus vidas y de las que ahora "con
madurez, a juicio del Gobierno español" tienen que recuperarse con
el respeto de la comunidad internacional, de igual forma que
nosotros lo hicimos veinticinco años atrás.
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