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El establecimiento, con varias mesitas en la calle, a la luz de pequeños faroles amarillentos, hacía que la escena adquiriese un aspecto mágico que recordaba las pintorescas noches caniculares de la Toscana. El propietario del local, Joan Pep Velero, reunió a manteles y morapios a la familia Baselga, que acudió con Belén Zamarro y el doctor Aguirre de Cárcer, cuyo padre fue uno de los ginecólogos más conocidos de Madrid.

También acudieron varios iniciáticos del pebre de cirereta, que improvisaron un bodegón con los impíos pimientos asesinos. Probé uno de ellos y estuve a punto de quedarme tieso, in articulo pimientis. Qué ardores, cómo se disparaba el lacrimal, pero qué buen humor producen las guindillas. Estoy seguro de que si Santa Teresita del Niño Jesús hubiera hecho un régimen a base de pudding guindilloso su mística habría alcanzado cotas infinitamente más elevadas, si cabe. Menos mal que contábamos con la asistencia médica del doctor Aguirre por si a alguien le daba la guindillosis.

En la cena estaban también Miquel de Son Rigo Xurrigo y en Miquel des Pinar, cartero, experto en vinos, enamorado de Sanabria. Fueron atendidos por Xisca, de quien en Santa Eugènia dicen que es la mejor camarera del mundo. La conversación giró en torno a diversos mallorquines, conocidos de los allí presentes, que llevan tiempo conquistando terrenos en la Ribagorça, zona de Aragón donde adquieren viejos castillos y masías, arreglan sus infraestructuras y los convierten en sus segundas residencias. Mallorquines conquistando las tierras de quienes se apropiaron de Mallorca en el siglo XIII: sería un bonito reportaje. Si mi director sufraga el Concorde Palma-Zaragoza, un hotelito de media estrella y un bocata de mortadela, prometo escribirlo en breve. Así sea.