El Reino Unido se ha colocado a la vanguardia del mundo en el
tema de la clonación "ya lo hizo en su día al conseguir desarrollar
a partir de esta técnica a la famosa oveja Dolly" al aprobar, en
principio, la clonación de embriones humanos con fines
terapéuticos.
El asunto genera inevitablemente toda clase de «peros» éticos
"hay quien se remite al mito de Frankenstein" y polémicas sobre
cómo será el futuro que nos espera si se abren del todo las puertas
a este fenómeno.
Sin embargo la técnica está ahí y es loable el intento de las
autoridades británicas de regular y legislar las posibilidades
científicas de la clonación, en vez de condenarla a la
clandestinidad, lo que sin duda tendría peores consecuencias.
Los médicos, dicen, han valorado por un lado las obstáculos
éticos y por otro los beneficios médicos y han considerado que
estos últimos pesan más, de modo que han dado luz verde a la
clonación de seres humanos, pero prohibiendo explícitamente la
clonación reproductora, es decir, la creación de bebés. En
realidad, aunque a priori nos asuste mucho, los británicos
permitirán solamente clonar algunas células de embriones de menos
de 14 días para conseguir avances significativos en males
degenerativos tan extendidos como el Parkinson, el Alzheimer o la
fibrosis quística.
El tema es, desde luego, espectacular, pero probablemente a la
hora de la verdad tendrá menos objeciones éticas que otros asuntos
ya vigentes pero menos publicitados, como esos miles de embriones
humanos creados en España "y en el resto del mundo, naturalmente" a
partir de técnicas de reproducción asistida que nadie reclama y que
permanecen congelados desde hace años a la espera de que alguien
tome la terrible decisión de destruirlos.
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