Como suele ocurrir en estos casos, el milagro en el que
confiaban todos no se produce y, pese a las esperanzas todavía
vivas de los familiares, parece que nadie pudo sobrevivir a la
terrible situación creada en el interior del submarino ruso
accidentado en el mar de Bárents. Pasado el primer momento de
angustia y de perplejidad, las familias de los marinos "que apenas
cobraban 18.000 pesetas al mes" han decidido demandar al presidente
ruso, Vladímir Putin, por denegación de auxilio a los
tripulantes.
No les falta razón a los familiares, pero será difícil que
puedan obtener algún resultado de este proceso, pues el propio
Putin, que asegura asumir su parte de responsabilidad, dijo ayer
que «si alguien es culpable, debe ser castigado», de lo que se
deduce que no se siente aludido y lanzó sus declaraciones de mea
culpa sólo en un intento de recuperar algo de la imagen perdida. Un
bofetón en plena cara para una nación antaño todopoderosa y que hoy
tiene que recurrir a empresas privadas extranjeras para realizar
las tareas de rescate de los marinos, lo que para la casta militar
rusa supone el peor de los ridículos, tras la interminable guerra
chechena.
Éste ha sido para Rusia un golpe durísimo, como no se recuerdan
recientemente en un país destrozado por una transición al
capitalismo de crueles consecuencias. Tanto es así que en un
intento por aplacar las críticas de los familiares que ayer se
reunieron con él, Putin les prometió una paga equivalente a diez
años de salarios. Pero a nadie se le escapa en Rusia que los 2.600
soldados que han entregado su vida en Chechenia ni siquiera
cobraban su sueldo por la bancarrota en que se encuentra el país.
Ha sido finalmente la gente normal y corriente quien ayudará a las
viudas, en una colecta popular que recorre todo el país.
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