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En Orient Road no vi ni los muros, ni las alambradas, ni las galerías He llegado a Hillsboroug, o a County Jail Center, o a Orient Road, que es como también se denomina a esta cárcel, en taxi, desde el aeropuerto de Tampa, una bonita ciudad industrial rodeada de lagunas y pequeños ríos, con un Downtowm algo más pequeño, en volumen de edificios, que el de Miami, ciudad que he atravesado casi tangencialmente, pues apenas he entrado en ella, dejando en el camino a Brandon, barrio en el que Joaquín J. Martínez vivía con Sloane y sus dos hijas hasta que se cruzó en su vida la guapa Laura Backok, y me adentro por el desvío de Broadway hasta el cruce con Orient Road, flanqueado por numerosos puestos de compra y venta de automóviles y varias oficinas de abogados que ofrecen todo tipo de servicios, además garantizados.

Procedente de Miami, había llegado a Tampa a primeras horas de la mañana, en un avión de hélices repleto de ejecutivos con los que me he encontrado por la tarde, de regreso a casa.

Tras almorzar en un restaurtante de carretera, con lo que de paso hice tiempo, pues había llegado demasiado pronto para la entrevista, regresé al hall de Orient Road, establecimiento inaugurado en 1990, y que desde entonces dirige el sheriff Walter C. Heinrich, donde tengo que esperar hasta que se hagan las tres. Entonces aparecen dos hombres, uniformados de negro, que en voz alta pronuncian mi nombre. Son los ayudantes del sheriff, los que me tienen que llevar hasta Joaquín, con quien me encontraré minutos después en un cuarto de la zona de oficinas de la prisión, por lo que esta vez me quedo sin saber cómo chirrían las puertas cuando se abren o se cierran, o cómo son los pasillos que conducen hasta las galerías. Como medidas de seguridad, sólo debo de mostrar lo que llevo dentro de la bolsa.