Las reacciones, declaraciones, réplicas y contrarréplicas del PP
y el PNV tras el último atentado de la banda terrorista ETA que
costó la vida al funcionario de prisiones Máximo Casado, no sólo
han sido poco oportunas, sino que además provocan una cierta
vergüenza ajena. No es admisible asistir a una batalla política sin
cuartel cuando aún no se había celebrado el funeral por el alma de
la última víctima de los asesinos terroristas. Y menos puede
entenderse aún cuando ambas formaciones políticas se llenan la boca
hablando de la unidad de los demócratas frente a los violentos.
Esta cerrazón en banda del Gobierno de Aznar por un lado y del
PNV por otro, en nada contribuye, no ya a la creación de un frente
común, sino tampoco a un sosiego que precisa cada vez más la
sociedad cuando se producen estos trágicos acontecimientos. En este
punto parece lógico el distanciamiento del PSOE de unos y de otros,
puesto que ambas posturas a nada conducen.
Es cierto que los únicos culpables del drama que toca y ha
tocado vivir a muchas familias son unos desalmados que usan las
armas y la muerte en nombre de unas presuntas ideas, utilizando el
miedo para coaccionar a quienes no piensan como ellos, como si se
tratara del peor de los regímenes totalitarios.
Ahora bien, va siendo ya hora de que Aznar e Ibarretxe/Arzalluz
se den cuenta de que deben abandonar las posturas en las que se han
atrincherado para alcanzar un acuerdo que sirva de base para la
real unidad de los demócratas frente al terrorismo. Hasta el
momento parecen primar los intereses de orden político y el más
duro de los enfrentamientos a ese nivel, y eso es algo que no puede
permitirse una sociedad ya muy castigada por las tragedias que
ocasionan los asesinos de ETA.
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