Begoña está enrolada, voluntariamente, en la Legión desde principios del año 2000. «Y si antes de esa fecha hubiera sabido que la mujer podía entrar en el Ejército, años haría que ya estaría en él». Hasta entonces había trabajado de camarera en bares de la zona de Inca y en una guardería de Palma, y había sido madre de una niña.
«Cuando me enteré que podía ser soldado, lo consulté con mis padres, pues me acababa de separar y tenía una hija, y como éstos se comprometieron a cuidar de la niña hasta que yo pudiera llevármela, no me lo pensé, eché la estancia pidiendo los dieciséis lugares que había. Vamos, que marqué todos los recuadros, entre los que se encontraba el de la Legión, ya que me daba lo mismo, puesto que yo quería entrar en el Ejército como fuera. Cuando me avisaron de que me habían admitido en el Tercio, y me vine aquí, me dije: ¡Dónde te has metido, Begoña! Pero eso sólo fue la primera impresión, pues una vez aquí, he visto que esta profesión es como otra cualquiera».
Con Begoña hemos quedado en la puerta del campamento de La Voltor, en Almería. Viste de legionaria, con el típico gorro cuya borla roja cae sobre su frente. «Vamos al pueblo donde vivo "me dice". Prefiero más hablar allí que aquí». El pueblo donde vive está apenas a tres kilómetros del campamento. Habita una casita de planta baja, sita en una calle estrecha. Le he llevado una ensaimada y una botella de Herbes Dolces Túnel, ¡qué menos ¿no?!, que deposita sobre la mesa de la cocina. «Me vendrán muy bien, pues mañana vamos de maniobras».
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