Ayer el boletín oficial del Gobierno vasco publicaba la
convocatoria de elecciones autonómicas para el próximo 13 de mayo,
una cita que todos califican de histórica. Tal vez haya sido sólo
una coincidencia macabra, pero lo cierto es que los terroristas han
querido abrir su particular campaña electoral con lo único que
saben hacer: matando. El tiro en la nuca ha sido esta vez el método
elegido por un asesino que actuó a cara descubierta para sesgar la
vida de Froilán Elespe, teniente de alcalde socialista de la
localidad guipuzcoana de Lasarte.
Otra casualidad quiso que ayer mismo se hicieran públicos los
resultados de una encuesta del CIS sobre la situación política en
Euskal Herria y la intención de voto de sus habitantes. El sondeo,
realizado antes de la llamada a las urnas, ofrece un panorama
desalentador, pues la mayoría de los vascos desea que políticamente
todo siga igual. De hecho, aunque se advierte un claro sentimiento
de que la situación ha empeorado en los últimos tiempos, los
electores siguen apoyando mayoritariamente a los partidos
nacionalistas, con el PNV a la cabeza, aunque lejos de otorgarle la
mayoría absoluta. El PP crece en intención de voto, pero ni
siquiera una hipotética coalición con los socialistas bastaría para
que el cambio llegara a la lehendakaritza.
Así las cosas, cabe preguntarse qué se puede esperar. ETA ha
iniciado una campaña de terror de la que no se vislumbra el final;
Francia parece mirar hacia otro lado cuando se le pide más firmeza
contra el terrorismo, que se refugia dentro de sus fronteras; y los
electores, salvo sorpresas provocadas por quienes no han decidido
todavía su voto, parecen apostar por la repetición del mismo mapa
electoral.
Quizá el inicio de la primavera provoque estos arranques de
pesimismo, pero las cosas, ahora mismo en Euskadi, parecen
atravesar por un impasse provocado por el miedo. Un miedo al cambio
que sólo puede conducir a un callejón sin salida.
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