Mañana sábado, la avenida Gabriel Alomar y Villalonga se convertirá una vez más en un auténtico hervidero de gente, que recorrerá sus rincones en busca de algún objeto que llevarse consigo. El baratillo, que se sucede semana tras semana, es el causante de esta arrolladora situación. Es uno de los más antiguos de Palma y también uno de los más emblemáticos. El gran espacio que ocupa, la gran cantidad de gente que acude y la combinación de antigüedades con productos actuales lo han posicionado en un lugar privilegiado con respecto a otros que recorren la ciudad.
Los mercaderes más madrugadores empiezan a ocupar, como de costumbre, la zona sobre las cinco de la mañana. Pero el madrugón no es general, sino que sólo lo sufren aquellos que no tienen alquilado un espacio fijo, por lo que tienen que precipitarse para ocupar un buen lugar, siempre y cuando se respeten dichos espacios. A partir de las ocho de la mañana empiezan a llegar los primeros visitantes. En algo más de dos horas, el mercadillo se convierte en el punto de encuentro de la muchedumbre. Cientos de personas se acercan hasta allí para rebuscar entre los montones, con el objetivo de encontrar algún objeto útil, pero no necesario. «Desde hace bastantes años me acercó hasta el baratillo para curiosear. No voy en busca de nada en especial pero siempre acabo comprando algo. No hay sábado que falle; se ha convertido en toda una tradición», comenta una mallorquina, Margarita.
A parte de la clientela autóctona, los turistas realizan la visita de rigor por consejo de sus guías. Ellos van en busca de artículos típicos de la Isla, que respalden su viaje, como las aubarques, los siurells o los tradicionales souvenirs, con la etiqueta de «Recuerdo de Mallorca». También compran objetos curiosos con los que puedan sorprender a sus amigos y familiares. Las tortugas saltarinas y los peluches de la risa son algunos de los que más demanda tienen. «Nuestra meta es captar al turista con productos atrayentes. Los artículos más absurdos y más horteras son los que más se venden. Nosotros nos aprovechamos de ello», declara Juan, un mercader.
Este baratillo presenta dos partes bien diferenciadas. La primera acoge los puestos más comerciales, que contienen objetos de ahora, como camisetas, cinturones, bolsos, pendientes, collares,... Las antigüedades se concentran en la segunda parte. Los amantes de estas pequeñas obras de arte deben acudir temprano para conseguir auténticas gangas. Libros y discos de vinilo de antaño, utensilios de cocina carcomidos por el tiempo, aparatos electrónicos bastante obsoletos y muñecas de trapo son algunos de estos asequibles objetos.
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