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JULIÀN AGUIRRE El primer día de clase del presente curso 2001-02 tuvo dos caras. La primera, la que mostraron los más pequeños reflejando en sus rostros lágrimas de tristeza y desesperación ante la separación, en la puerta del aula, de sus padres. La segunda era de alegría, sobre todo en niños de edades comprendidas entre los 6 y 11 años, al volver al colegio y reunirse con sus compañeros. El madrugón para muchos comenzó a las 7.30 horas de la mañana para poder desayunar, arreglarse y tener tiempo de llegar al «cole» puntual, al menos el primer día. Algunos alumnos comenzaron a entrar en el centro a las 8.30 de la mañana mientras otros lo hacían poco antes de las nueve horas.

Acompañados de la mano, los más pequeños se acercaron hasta clase con su madre o su padre. Aunque se temían lo peor, no se imaginaban que la separación fuese tan traumática. Xisco, de cuatro años, no paró de llorar en casi toda la mañana, con lágrimas en los ojos veía a compañeras como Esther o María del Mar que también hacían guifos y carusas al ver que sus madres ya no estaban en clase y las habían dejado solas. «¡Mi mamá!», repetía una y otra vez la pequeña Laura, que, abrazada a la profesora, quería marcharse, incluso la maestra tuvo que echar la llave a la puerta del aula. Otros pequeños alumnos intentaban calmar a sus tristones compañeros y les rogaban: «No llores, tu mamá vendrá». Jaume, Carlos y Pedro, animados ante tantos juguetes, ya estaban totalmente unidos y compartían juntos una interesante carrera de cochecitos.

Los mayores no lloraban pero a buen seguro que echaban de menos el verano y las vacaciones, como Roberto, de once años de edad, al que se le olvidó el libro de matemáticas con las prisas y que afirma que se le ha hecho muy corto el verano. Las chicas mostraban más cuidados con los libros nuevos, además de llevar los lápices, reglas y demás material escolar mucho más ordenado. Ellas se reunían en grupitos charlando y contando cómo han pasado las vacaciones. En cambio, los chicos lo primero que hicieron al llegar al colegio fue dejar la mochila tras la portería y comenzar a jugar a fútbol.

El recreo sirvió para coger fuerza y recibir, como Marta, el primer balonazo. Sílvia, María José y otras compañeras de clase jugaron a la comba y descansaron en un rincón del patio. La segunda parte de la mañana fue tras el recreo, donde los alumnos comenzaron a situarse, pues en las primeras horas de la mañana no hubo mucho más tiempo que para presentarse y conocer cómo será el curso. El sonido de la sirena a la una del mediodía indicaba que los más pequeños debían salir de clase para acabar su primer día de colegio, mientras los de los cursos de Primaria tenían que esperar a las dos de la tarde para salir del aula. Una jornada, en definitiva, que, a pesar de ser la primera, se hizo larga para la mayoría.