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El conflicto que sufren israelíes y palestinos lleva enquistado en Tierra Santa más de cincuenta años y, desde luego, no se va a resolver a base de gestos, que es el único fruto "aunque de agradecer" que deja tras de sí el Foro de Formentor. Desde los acontecimientos del 11 de septiembre no se habían visto las caras representantes del Estado hebreo y de la Autoridad Palestina y aquí lo han hecho, aunque por espacio de brevísimos minutos.

El encuentro ha constatado las diferentes posturas que mantienen uno y otro. Sin embargo, los esfuerzos diplomáticos han logrado un encuentro a solas de diez minutos y una imagen: el apretón de manos de Peres y Arafat, una victoria en cierto modo pírrica, sin crear falsas expectativas, como afirma el presidente Aznar, pues cualquier paso en la dirección correcta es muy positivo.

Arafat, como siempre, recordó su disposición a la negociación, siempre que se atenga a la fórmula de «paz por territorios», exigiendo "es una de las piedras angulares de este conflicto" la capitalidad de su Estado en Jerusalén. Algo que, huelga decirlo, Israel jamás concederá. Peres, por su parte, reclamó seguridad antes de hablar de territorios y recordó que cada día se registran más de treinta incidentes armados en la zona. Por ello, exigió un control exhaustivo de las armas para pasar a la negociación puramente política.

No es equivocada la postura de ninguno de ellos, aunque sí irreconciliable. El problema religioso que se esconde tras lo político, lo económico y lo social puede convertirse en un obstáculo insalvable y, en vista de los últimos acontecimientos, no estaría de más que se afrontara ese asunto desde nuevos puntos de vista. Afianzar la creación de un Estado en cimientos religiosos no puede sino desembocar en un profundo fracaso y es hora de que judíos y musulmanes empiecen a mirarse como seres humanos iguales, no como enemigos.