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Ancianos que residen en el Casal Ciutat Antigua, de Palma, se quejan de que por las noches el caserón se queda sin vigilancia, por tanto sin nadie que, en caso de emergencia, pueda llamar a una ambulancia. «No ha sido la primera vez que se ha muerto alguien "nos cuenta Cándida, una vecina" y no se han dado cuenta hasta que han transcurrido varios días». El dato lo ratifica María Oliver, otra vecina, operada del corazón y con graves problemas en las piernas que la obligan a vivir tumbada. El domingo, un vecino tuvo que cambiarle el pañal y una vecina traerle el almuerzo del comedor, sito en la planta baja, pues ningún empleado se lo sube, ya que, por lo visto, no tiene esa obligación. Cuenta María que antes de las elecciones pasaban por allí los políticos prometiéndoles que les pondrían un vigilante de noche, «pero se han hecho las elecciones y nadie se ha vuelto a preocupar por este asunto». Hay inquilinos que tienen un teléfono-alarma, por el que pagan un alquiler de 5.000 pesetas al mes, con el que llaman a la primera emergencia que tienen, y desde la centralita avisan a la familia o les mandan un médico. La vecina de María, días atrás, tropezó con una alfombra que le había traído su hija, cayó y se quedó en el suelo. «A través del colgante del teléfono-alarma que llevo siempre conmigo, avisé, y al rato vino mi familia, con lo cual se solventó el problema. Pero, y ¿si no tuviera el teléfono? ¿Qué hago en el suelo, sin poderme levantar?». Porque es evidente que no todos los inquilinos del casal pueden disponer de esos mil duretes del alquiler del teléfono"alarma y su colgante. Tampoco se entiende que el contestador automático está en el recibidor, cuando algunos se pasan gran parte del día tumbados en la cama, «con pocas posibilidades de llegar a tiempo a contestar, y mucho menos yo, que ni me puedo mover», dice María. Suponemos que en 2002, año preelectoral, volverán los políticos al casal con las promesas de siempre. Pero algunos no les creerán.