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De la mano del canónigo Sebastià Arrom, que además fue el que se encargó de seguir y revisar la obra, recorrimos el lugar, a la sombra de la Catedral, que abarca dos calles, cuyo silencio es roto sólo de vez en cuando por el paso de los turistas que visitan el casco antiguo. Nos cuenta el veterano canónigo que el primero de los edificios, cuyos orígenes se remontan al siglo XIV, fue Cofradía y Hospital de Sant Pere y Sant Bernat y en el se atendía a los curas pobres aquejados de alguna enfermedad. Otro de los edificios fue el Sacristanat, o sacristía, o sagristia. «Es del siglo XVI y su propietario fue un canónigo llamado Montañans». El tercer edificio, el que da a la calle Palau, fue propiedad de un tal Massot, músico y organista de Santa Eulàlia, y de un cura apellidado Sastre.

Dichos edificios, de acuerdo a un proyecto que goza de todas las bendiciones, fueron unidos y de dicha unión ha surgido esta magnífica residencia, «que si ha quedado tan bien "señala Arrom" es porque las cosas, si se hacen han de hacerse bien, aparte de que si no lo hacíamos así nos la podían expropiar. ¿Que cuánto ha costado la reforma...? ¡Molts de doblers!» dice, echando balones fuera. Eso sí, hemos respetado todas las normas que nos ha dictado desde el Consell de Mallorca.

Si externamente el lugar es bello, internamente no lo es menos, además de confortable. Los canónigos y sacerdotes jubilados, o prejubilados, viven en la planta superior, en habitaciones o apartamentos muy bien distribuidos, pagando por ello una cantidad al mes. A nivel de comunidad comparten comedor, dos patios "uno gótico y otro barroco", una capilla barroca del siglo XVIII, con retablo de la misma época y un Cristo del siglo XVI, la biblioteca, la enfermería y las salas de convivencia. Al abandonar la capilla, el canónigo Arrom, señalando hacia el suelo que estamos pisando, cuenta que «cuando estábamos haciendo las excavaciones para la reforma, aquí encontramos restos romanos y árabes, que cubrimos una vez que el Consell hubo hecho las correspondientes catas arqueológicas. Sobre estos restos "concluyó" en breves fechas se publicará un libro».

Tras hacer un alto en el comedor, donde el cocinero nos sirve un café, ascendemos hasta la planta más alta, a pie, a pesar de que podemos hacerlo en ascensor. Arrom llama a una de las puertas que, inmediatamente, se abre. Es la del departamento de Jaime Capó, quien nos invita a entrar. Biblioteca, televisor, ordenador, y todo cuanto se precisa para vivir cómodamente. De extenso curriculum, 40 años en Puerto Rico, vicario judicial durante otros 15, censor archidiocesano, protonotario apostólico y cinco años de cura en Sóller, vive ahí desde que se inauguró. No muy lejos está el apartamento del sacerdote Bernat Pou, destinado durante años en Perú. «No estoy jubilado "nos dice", pero sí medio. ¿Sabe? he sido operado de cáncer de cólon. Ahora soy el capellán de las religiosas de Santa Magdalena».

Por último visitamos a don Pep Sacanell, que comparte su apartamento con su hermana, y que consta de dos habitaciones, otros tantos cuartos de baño, un espacio salón en el que hacen la vida y el despacho donde él suele trabajar. No está mal. Por último, Arrom nos muestra un compartimento, todavía no habitado, que viene a ser un dúplex, pues tiene altillo, y que muy bien podría ser una de las joyas de la corona, ya que, aparte de amplio, desde una de sus ventanas se divisa el mar. Los canónigos y los curas amueblan sus respectivos apartamentos, muebles que, cuando vayan faltando unos y otros, seguramente se quedarán en el inmueble.