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Aroma al XIX, colores intensos y sencillos, como sus habitantes de ayer. Eran los responsables del mantenimiento del polvorín de Bellver, de ahí el nombre de la calle. Viajando a través de su empedrado, el miedo recorre las entrañas, un estruendo tranquilo capta el ruido de las carretas. Es la imaginación de tiempos lejanos, donde la estrechez de la calle y los carriles aún conservados provocan alejarse del presente. Lo antaño es sencillo devolverlo en la calle Polvorín.

Hablamos, cómo no, del Terreno. La sencillez de sus gentes aún se palpa, aunque hoy los dueños de sus fachadas "extranjeros y peninsulares" son burgueses afortunados. Habrá que darles las gracias por mantener el espíritu de entonces. Jaume Morey ha puesto sobre la mesa las fotos. Unas fotos que detienen el tiempo un instante, el mismo que dura la instantánea hecha con la digital. Rubén Darío recorrió estas mismas fachadas, eso reconforta. Fausto podría haberse refugiado aquí, ¿qué mejor lugar para disfrutar la juventud? Aunque para ello no haga falta firmar con Mephisto, el color que renace en las casas de la calle Polvorín ciega cualquier atisbo siniestro.

¿Y Manet? Quizá él también pululó por aquí y pintó. Todo esto no importa, hoy los pilones siguen abatidos; todo esto no importa, hoy los escombros siguen en la puerta de Bellver. Así que no queda otro remedio que cantar aquello de «Por la calle del olvido vagan tu sombra y la mía, cada una en una acera por las cosas de la vida / por la calle del olvido, donde nunca brilla el día, condenados a una noche, tan oscura como fría». ¿Por qué no pudo vagar por el Terreno Enrique Urquijo? ¿Quién lo niega?