Una de las ocupaciones más entretenidas cuando se viaja en avión es
dedicar un tiempo a imaginar cuál será la primera visión que
tendremos de la ciudad a la cual nos dirigimos una vez que la
aeronave abandone las nubes e inicie las maniobras de descenso.
¿Será la Torre Eiffel en París? ¿El Big-Beng en Londres? ¿La
Estatua de la Libertad en Nueva York? ¿El Castell de Bellver en
Palma? Imaginemos por un momento qué sensaciones visuales puede
experimentar una familia que venga a Mallorca por primera vez.
Pongamos, pues, un ejemplo concreto. A bordo de un avión procedente
de Manchester, un matrimonio de clase media con dos hijos pequeños
reflexiona acerca de si el destino que ha elegido para pasar sus
vacaciones, Palma de Mallorca, era o no el mejor de los posibles.
Peter y Mary, y sus retoños Bob y Alice "y los peluches de
éstos", dudaron durante un tiempo entre venir a la Isla o ir a
algún destino turístico de Italia o Grecia, pero ahora confían en
que su elección final haya sido la correcta. El avión toma tierra y
una primera duda asalta a Peter, ¿alguna de las ya tradicionales
huelgas veraniegas que tienen lugar en el aeropuerto de Son Sant
Joan se habrá trasladado al invierno? Afortunadamente, sus temores
se disipan muy pronto. Además, observa con alegría que las
instalaciones aeroportuarias son propias de un país moderno y
avanzado. Empieza a haber razones para la esperanza.
El hotel en el que se hospedarán Peter y Mary y sus pequeños "y
sus peluches" se encuentra en el Passeig Marítim. A lo largo del
camino de entrada a Palma, ¿se encontrarán con modernas
urbanizaciones?, ¿con antiguas fábricas rehabilitadas?, ¿con unas
zonas verdes especialmente cuidadas?, ¿con un área de servicios?
Veamos. En el kilómetro 2'5 de la autopista del aeropuerto se
toparán con la entrañable y mediterránea imagen de una valla
metálica caída. Dos kilómetros más adelante podrán descubrir la
elegante figura de un molino que, sin ninguna duda, conoció tiempos
mejores.
En el kilómetro 4'7 observarán unas estructuras metálicas que
quizás, por un instante, les harán creer que se encuentran ante una
muestra de arte vanguardista en los accesos a Ciutat que nada tiene
que envidiar a las más modernas instalaciones del museo Guggenheim
de Bilbao. Quinientos metros más adelante comprobarán que en Palma
no hay escasez de señales de tráfico, al menos al lado de la
vegetación, y también se darán cuenta de que cuando hay problemas
de escasez de agua existen depuradoras para resolverlos. En el
kilómetro 6'1 verán un nuevo molino que, por su estado, debe ser,
seguramente, hermano gemelo del anterior o, cuando menos, primo
hermano.
Al lado, una imagen refrescante: una fábrica de cerveza. Los
graffitis que encontrarán un poco más adelante tal vez les harán
amar un poco más "o un poco menos" el arte moderno. Finalmente, en
el kilómetro 7'7 verán que Palma se prepara ya para la futura
fachada marítima. Cuando lleguen al hotel es posible que Peter y
Mary, y Bob y Alice, piensen que son necesarias unas pequeñas
reformas para hacer más atractivo el recorrido de entrada a Palma.
Idea que, sin duda, podría ser compartida por muchos ciudadanos y
turistas. E, incluso, por los peluches de Bob y Alice.
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