El Gobierno que preside Ariel Sharon ha ordenado una ofensiva
sin tregua contra la Autoridad Palestina en un intento por «vengar»
la acción de los terroristas suicidas que han causado un buen
número de muertes en territorio judío. La situación está al rojo
vivo en Oriente Medio y nadie parece capaz de detenerla. Las dudas
de Estados Unidos y la escasa iniciativa europea están propiciando
la dilatación y la profundización de un conflicto que no tiene
visos de mejorar. Al contrario, todo parece indicar que el
enfrentamiento va a ir a más.
Anoche aviones militares israelíes bombardeaban la ciudad de
Belén "considerada sagrada para las tres grandes religiones
establecidas en el país", mientras los palestinos "que tampoco
parecen capaces de controlar el terrorismo árabe" clamaban justicia
a la ONU.
Las imágenes transmitidas desde la zona dan mucho que pensar,
pues las víctimas de la ferocidad hebrea son en su mayoría mujeres
y niños, indefensos, que no han cometido más delito que intentar
sobrevivir en los territorios ocupados de forma ilegal por
Israel.
La clave de la solución del conflicto la tiene Estados Unidos,
pero de momento parece no poder o no querer enfrentarse
abiertamente a un Gobierno judío que se está comportando con
idénticos criterios a los que exhiben los terroristas árabes: la
venganza y el miedo aplicados hasta sus últimas consecuencias.
Quizá la figura de Yaser Arafat se haya convertido en un obstáculo
para la paz, pero no hay duda de que Sharon tampoco facilita las
cosas. Llegados a este punto parece claro que sólo una fortísima
presión internacional "que debe encabezar George Bush" podría
forzar a Sharon a reconsiderar la vieja estrategia hebrea del «ojo
por ojo», inservible en pleno siglo XXI.
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