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Hasso se ha pasado por la clínica Rotger a causa de un pequeño percance que tuvo días atras con su coche. Lo que más le fastidia es que le ha pillado en plena pretemporada, cuando está montando todo el tinglado, que no es poco, pues ha ampliado la flota de coches, lo que le obliga a contratar más personal. Hasso tiene la habitación inundada de velas de todos los colores. «Es por los 45 años que llevo en Mallorca alquilando coches y viviendo, y donde pienso vivir, como mínimo, 30 años más», pues dice que, más o menos por esos años, la medicina habrá adelantado tanto «que podremos cambiar los órganos que han dejado de funcionar por otros en buenas condiciones».

Alguien, días atrás, me comentó que Hasso, «tu amigo», estuvo vinculado con los nazis. Así que le trasladé la pregunta y, tras haber buscado un libro en una maleta "su biografía", negó de plano lo dicho, «pues realmente "señaló" fui todo lo contrario; fui antinazi, ya que por encima de muchas cosas amo la libertad, por tanto, mis ideas nada tienen que ver con las de Hitler. Es más "añade", a causa de mis aficiones por el jazz y otro tipo de buena música británica y norteamericana, y también porque la Gestapo averiguó que tenía intención de ir a Suecia para hacer propaganda entre los jóvenes contra Hitler, fui a parar al campo de concentración.

Tenía 17 años y estuve encerrado unos seis meses. Era un campo en el que no se exterminaban judíos, pero quienes estuvimos en él no lo pasamos bien». Allí, de acuerdo a su condición e ideología, los clasificaron por colores y números. «Como por una parte era preso político, llevaba en el uniforme un círculo rojo y encima otro, negro: significaba que tenía que hacer todas las cosas corriendo, ¡Siempre corriendo! ¡Todo el día, sin parar! Los presos políticos llevaban un círculo rojo, los homosexuales, uno negro y encima el número 175, los criminales, un círculo verde...».

El destino cruzó en su camino en aquel campo a un capo, «comunista de los pies a la cabeza, que me dijo: 'Hasso, tu eres joven y sobrevivirás a este infierno. Si te haces comunista, yo te ayudaré'. Y me ayudó. Para hacer que no me pasara todo el día corriendo, lo que sin duda me llevaría a una muerte segura por agotamiento, puso la excusa ante los jefes que no estaba bien del estómago y me sentó durante seis meses en el wáter, que era un tronco de pino sobre un foso.

Si alguien preguntaba que qué hacia allí, él repetía que no estaba bien. Aquel lugar sólo lo abandonaba para ir a comer, cosa que hacía... corriendo, pero ya no era como antes, que iba corriendo a todas partes. Cuando cobré la libertad, con 18 años, había adelgazado 20 kilos, pero estaba vivo. Desde entonces, y siempre que pude, hice mala publicidad de Hitler».