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José Riera accede al cargo de embajador habiendo dejado su puesto en la OTAN, como embajador español adjunto ante este organismo. ¿Que si ha notado el cambio? «Los diplomáticos estamos preparados tanto para servir en el mundo internacional como en temas bilaterales, como puede ser esta embajada». Con el embajador hablamos en su despacho.

A mediodía nos guía en una visita que hacemos por el centro de Malabo, donde nos muestra lo que fue una zapatería propiedad de mallorquines, La mallorquina se llamaba, y que hoy es una discoteca, y sobre las tres almorzamos en su residencia, frente al mar, en compañía de Roberto Martín Prieto, director de la Gaceta ecuatoriana. El embajador guarda en la despensa un par de buenas sobrasadas y varias botellas de buen vino mallorquín. ¿Galletas de Inca? Pues seguro que alguna bolsa habrá por ahí.

"Explíquenos como llega hasta aquí.
"Nací y viví en Inca hasta los 18 años. Estudié en Santo Tomás de Aquino, donde reconozco que, pese a no ser un centro muy grande, la enseñanza que imparte es muy buena. Estudié Derecho en la Universidad de Barcelona y luego en Madrid, en la Escuela Oficial, cursé la carrera diplomática. Como diplomático he tenido varios destinos: Argel, Brasil y Naciones Unidas, en Nueva York, aparte de haber estado varios periodos en Madrid, como subdirector general para América Central y Caribe y posteriormente subdirector general para Oriente Medio.

"¿Está con la familia en Malabo?
"No, estoy solo. Mi esposa y los tres hijos siguen en Bruselas. Las dos mayores están estudiando en un colegio, por lo que, lamentablemente, no se pueden venir aquí. Mi mujer es consejera financiera ante la Unión Europea, y ahora, con lo de la presidencia española en Europa, también le es imposible venir. Por tanto, mantenemos una situación tolerable: en Navidades estuvieron aquí los cuatro, en febrero he estado en Bruselas con ellos unos días, y ahora, en Semana Santa, volverán a Malabo. Como verá, es un poco duro, pero llevadero.

"¿Qué hace cuando termina el trabajo?
"Depende. Oficialmente terminamos la jornada sobre las tres y media, entonces, si no tengo ningún compromiso, procuro almorzar siempre en la residencia. Muchas tardes vuelvo al despacho hasta las siete, y cuando no, dedico parte de la tarde a caminar, o bien me doy una vuelta en bicicleta por los alrededores de Malabo. En cuanto a las noches, suele haber bastante actividad. O vamos a cenar a casa de algún amigo, o te llega una delegación, o recibes una invitación de parte del gobierno para asistir a una cena, lo que hace que pocas noches me quede en casa.

"¿Está al corriente de lo que sucede en Balears a todos los niveles?
"Aparte de que periódicamente hablo con mi madre y mis hermanos, que me cuentan cosas de la Isla, procuramos estar al corriente de la actualidad de las Islas a través de Internet, pues aquí solo llegan diarios españoles de tirada nacional.

"¿Cómo se le queda el cuerpo cuando le dicen que va a ser embajador... en Malabo?
"Como le he dicho anteriormente, los diplomáticos estamos preparados para todo en cuestión de destinos, pero como se suele decir en estos casos, hay sentimientos encontrados. Por una parte te gusta, sobre todo porque ves que el gobierno ha depositado la confianza en ti para que representes a tu país en otro, para nosotros importante, no sólo por los vínculos culturales, históricos y políticos que podamos tener; por otra, que es el tema familiar, te duele, pues el cargo te supone tener que vivir separado de los tuyos periodos de tiempo más o menos largos.

"¿Hay muchos mallorquines?
"Tras irse el misionero del Verbum Dei, Guillermo Feliu, sólo queda sor Magdalena, la monja fundadora de la misión de Buenos Aires, en el continente. Bueno, sí, está la hermana Concepción, que es menorquina.

"Veo que no tendrá muchas ocasiones de poder hablar catalán, ¿no?
"Pues no crea, ya que en Malabo hay bastantes catalanes. Están los doctores Pipa y Jordi Mas. Incluso el director del Centro Cultural Francés, es catalán.