Despedida sin pena ni gloria la cumbre de Barcelona, las agendas
de los líderes internacionales fijan ahora su interés en la ciudad
mexicana de Monterrey, donde desde ayer se debate el cómo, cuándo y
cuánto de un asunto trascendental: la pobreza que asola a miles de
millones de personas en el llamado tercer mundo. Una cita que sólo
despertará el interés de periodistas "siempre llama la atención ver
a los personajes más poderosos del planeta reunidos" y de ingenuos
o soñadores, pues la cumbre azteca nace ya muerta, con unas
conclusiones finales pactadas de antemano para que nada enturbie la
tranquilidad de los participantes.
Las organizaciones no gubernamentales ya han calificado de
«migajas» los compromisos adquiridos por las naciones ricas, que en
Europa elevarán del 0'33 por ciento al 0'39 por ciento del PIB
"lejísimos todavía de ese mínimo con garantías que supone el 0'7%";
mientras EE UU anuncia 5.000 millones de dólares más en tres años
"recordemos que su presupuesto militar para un solo año asciende a
350.000 millones de dólares.
El distinto enfoque de europeos y norteamericanos puede ser el
gran obstáculo al desarrollo del tercer mundo, pues mientras a este
lado del Atlántico se prima la necesidad "que reciban ayudas e
inversiones los más pobres", al otro lado se exige previamente que
los países atrasados «pongan la casa en orden», con políticos
demócratas, finanzas saneadas y estrategias contra la corrupción.
Unas condiciones idílicas que jamás se cumplirán mientras sigan
siendo pobres. Así las cosas, cabe preguntarse para qué perder
tiempo y dinero en un encuentro que no dará nada de sí, aparte del
enorme efecto mediático, si es que alguien alcanza a creer por un
instante que el hambre, la enfermedad, la ignorancia, la injusticia
y las miserias de los pobres podrían llegar a conmover a los
ricos.
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