La procesión del Viernes Santo no pudo celebrarse en Palma. FOTO: JOAN TORRES

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Lluviosa, desapacible y triste. Así debió ser, hace veinte siglos, la primera tarde tras la muerte de Jesús de Nazaret. Lluviosa, desapacible y triste. Así fue ayer, en Palma, la tarde del Viernes Santo, lo que obligó a suspender la programada procesión del Sant Enterrament, que debía salir a las 19.30 horas de la basílica de Sant Francesc. A esa hora, bajo el soportal de Cort y protegidos con paraguas, diversos integrantes de la banda de música de la cofradía Nuestra Señora de la Salud escuchaban, con atención, a un integrante de la misma informando sobre cuándo tendría lugar el próximo encuentro.

Camino de la basílica era posible observar a unos pocos penitentes que, protegidos también con paraguas, regresaban, con cierta pesadumbre y desazón, a sus hogares. Para ellos, la Semana Santa había finalizado unas horas antes de lo previsto. Poco a poco iba cayendo la noche, tenuemente iluminada en las casi desiertas calles del casco antiguo. En el interior de Sant Francesc, junto a unos cien fieles o creyentes, se encontraban los pasos «Virgen de la Esperanza», «Santo Entierro», «Camino del Calvario» y «Madre del dolor sereno».

Dos horas después, alrededor de las 21.30 horas, se iniciaba en la iglesia del Socors el solemne ceremonial del Sant Enterrament. Integrantes de todas las cofradías fueron depositando, uno tras otro, sus respectivos estandartes a ambos lados del altar, mientras los numerosos fieles que llenaban la iglesia esperaban, expectantes y respetuosos, el inicio de la ceremonia. A continuación, la figura de Cristo yacente, de la cofradía Cruz de Calatrava, pasó de la urna en donde se encontraba al catafalco. Antes de ser depositado en el sepulcro, fue leída una reflexión sobre el sentido de la Semana Santa y rezado un Padrenuestro. Finalmente, el Cristo yacente fue introducido en el sepulcro y se rezó un Credo, que puso fin al acto. Afuera seguía lloviendo. Sin embargo, es posible que hoy, al igual que sucediera hace veinte siglos, algo empiece a cambiar. Y, al caer la tarde, la ciudad se ilumine.

En los diferentes pueblos de Mallorca, la solemnidad y la devoción religiosa presidieron, un año más, las procesiones del Jueves Santo. El frío y el viento, que aspiraban a desbaratar las celebraciones religiosas, no consiguieron convertirse en protagonistas y sí, en cambio, la gente que volvió a acudir en masa a las procesiones. En Inca más de 2.000 cofrades correspondientes a las ocho hermandades del municipio desfilaron desde Santa Maria la Major por el centro urbano en un itinerario que fue modificado a última hora. Este año la procesión incorporó la novedad de contar con el segundo grupo de costaleras, las de la Salle, después que el pasado año abrieran camino las de la cofradía de Santo Tomás de Aquino.

Las portadoras transportaron, a hombros, el paso de Jesús portando la cruz y la Verónica, como marca la tradición, ya que se prohíbe llevar ninguno de los pasos con la ayuda de ruedas. Otros pueblos más pequeños de la comarca también celebraron con igual devoción el Jueves Santo, pero, eso sí, de una forma más modesta. En Santa Maria, cerca de 300 penitentes, correspondientes a seis cofradías diferentes, salieron en desfile. Todas y cada una de las cofradías llevaban su correspondiente paso, si bien, y como suele ocurrir, el paso de la Virgen de la Soledad es uno de los que crea mayor devoción. Su cofradía suele ser la más numerosa con diferencia, pero en esta procesión se vio igualada por la de Santa Maria del Camí.

Mientras, en Selva la procesión tiene un carácter muy diferente, ya que no desfilan cofrades sino sólo algunos pasos escoltados por centuriones romanos a los que sigue una multitud de mujeres. Manacor, como cada año, contó con la particularidad que presenta la cofradía de Crist Rei con su paso viviente. Este año, sobrepasó todas las expectativas, puesto que el Jesucristo clavado en la cruz era un hombre real, el cual aguantó heroicamente todo el recorrido semidesnudo, provocando la admiración del público.