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El reencuentro con las viejas mesas de trabajo les produce esa sensación que siente el que se encuentra con un antiguo e inolvidable compañero, con el que se han compartido momentos y épocas de esfuerzo, alegrías, sinsabores, esperanzas, trabajo, y que sólo abandonaron cuando les llegó el momento del descanso, la que se dice «bien merecida jubilación».

Vicente Solozábal, jefe de talleres; Sebastià Monserrat, cajista de publicidad; Llorenç Mestre, cajista de información; Martí Cifre, chófer repartidor y jefe de cierre, y Sandalio Martínez, chófer repartidor, no quisieron perderse ni un detalle del nuevo sistema de impresión, especialmente la nueva rotativa del diario Ultima Hora , en las flamantes instalaciones de Son Valentí, y por eso subieron hasta lo más alto de la espectacular máquina, como si quisieran tener una mejor perspectiva del largo camino que han recorrido haciendo historia en esta empresa.

Los cinco han sido testigos directos de las innovaciones, cambios de sede, de máquinas. Todos ellos empezaron a trabajar en el diario cuando la tirada se hacía en la sede de la calle Matías Montero, y se imprimía con la rotoplana, que no guarda relación alguna con la rotativa ahora estrenada. «Ni la máquina ni el trabajo, porque ahora todo se hace muy fácilmente con el ordenador. Puedes cambiar el tipo y la fuente de la letra como te dé la gana y en un momento. En aquellos primeros tiempos, en muchas ocasiones era necesario colocar a martillazos los espacios de las planas. De repente, con la misma vibración de la máquina, la plana se descomponía y había que parar».

Recuerdan que esa operación, la de parar la rotoplana, no era tan sencilla. «¡Frenau, frenau!», gritábamos. Pero la máquina seguía por inercia y no paraba hasta que se habían perdido cien o doscientos diarios, que en aquella época eran muchos». Sebastià Monserrat empezó como corrector en el plomo, puesto que de este material eran las letras. «Cuando encontraba una errata, era necesario levantar toda la tira de plomo, y se tenía que hacer una nueva con la linotipia. ¡Con lo sencillo que es ahora, con el ordenador!», recuerda.

Sandalio habla de su viaje diario al censor. «No se podía hacer la tirada sin que antes el censor hubiera revisado las pruebas», dice, y los demás recuerdan que las tachaduras eran tantas que el director ordenaba retirar la página por entero y sustituirla por otra muy distinta. Llorenç se acuerda muy bien de un censor llamado Crespí. «Era un maestro de escuela muy bajito y muy duro. Hasta prohibía las crónicas negativas si el Mallorca jugaba mal. Si se criticaba el juego del Mallorca, él hacía cambiar la crónica por otra mucho más benigna. Lo bueno del caso es que a los del diario Baleares sí que les dejaba criticar. Eso era porque era el periódico del Movimiento y nosotros éramos un poco más rojos. Crespí siempre me decía: «Si no ho fas bé, te fotré una clotellada».

Recuerdan que Soriano Frade, delegado de Información y Turismo, era mucho más benévolo, pero con él Llorenç Mestre estuvo a punto de tener un disgusto muy grande. «Mandó publicar una nota del Ministerio de Información y Turismo, pero como resultó que era demasiado larga, y su firma ocupaba un espacio más, a mí no se me ocurrió otra cosa que quitar su firma. Me cayó una buena bronca, aunque no pasó a mayores. Él me dijo que quitar su firma era una cosa muy delicada. Qué susto pasé».

Rememoran otras anécdotas con la censura, como aquella vez que tenían que publicar el anuncio de unas medias, y el anunciante había mandado una foto de una modelo con la falda muy corta, para que se vieran las medias. El censor lo prohibió, y el director, Pepín Tous, ordenó publicar la foto cortada de la que sólo aparecía medio cuerpo de cintura para arriba. Y al día siguiente publicó la otra parte de la foto, de cintura para abajo».