El Salou es uno de tantos cafés de barrio bien de Madrid que a la hora del almuerzo ofrece menús relativamente caseros y relativamente buenos y baratos. Don Toni me guiña un ojo y sonríe bajo el bigote blanco de pergamino. Don Toni sigue al camarero gabardina en mano y yo sigo a don Toni. Nos sentamos en una mesa del fondo, don Toni de espaldas a un cristal, yo a su izquierda, frente a un ventanal que mira a la calle de Velázquez. Mantel rojo, servilletas blancas, cesta de mimbre con pan. «¡Tanto tiempo, don Antonio!» le dice el camarero. «O tan poco tiempo, Julián, ¿qué dais hoy de yantar?», pregunta a su vez.
Don Toni opta por una ensaladilla rusa de primero y un monumental plato de cocido de segundo. Pastel de berenjena con bechamel y chipirones en su tinta para mí. Vino y gaseosa para ambos. Don Toni es un dandi felanitxer de 73 años con tics de señorito madrileño. Impecable traje gris marengo, pajarita azul con dibujos rosas, camisa de seda blanca, zapatos marrón claro con hebilla, anillo de plata con el escudo de los Mesquida. Don Toni me pide que le tutee. A ratos hablamos en castellano y a ratos en mallorquín.
«Así que eres del Opus...» le pregunto, pues antes, en su casa, que es un gran museo de arte sacro, he reparado sobre el buró del salón en un retrato del Fundador, que es como don Toni se refiere con indisimulada reverencia a Monseñor Escrivá de Balaguer. «Sí señor, fiel a la Obra, como don Antonio Bienvenida y el padre de Federico Trillo y el propio ministro Trillo y...», responde. «Perdona mi ignorancia, Toni, pero ¿qué es exactamente el Opus Dei?», quiero saber más. «Pues es algo así como aspirar a la santidad laica. Rezar media hora por las mañanas, media hora más por las tardes, ir a misa cada día, llevar una vida austera dentro de las posibilidades de cada cual, amor al prójimo, alguna donación mensual... Mira, si quieres en octubre te invito a la santificación del Fundador en el Vaticano».
Don Toni Mesquida Obrador, poeta adolescente, inquieto indomable, librero, torero, festero, presidente del Hogar Balear de Madrid, es, entre tantas cosas, el decorador de iglesias católicas más importante de Europa por no decir del mundo. Desde Filipinas a Buenos Aires, Líbano, Chicago, Viena, Berlín, más de un centenar de púlpitos españoles son diseño y obra de este padre de cinco y abuelo de catorce, buen amigo del papa Juan Pablo II «y del segundo y del tercero después de Dios», es decir, los secretarios más cercanos al Pontífice. Desde hace 43 años don Toni vive en Madrid con su esposa también felanitxera, Isabel Oliver, aunque siempre que puede se escapa a su chalet «de diez habitaciones y siete baños» a la azul orilla de Portocolom.
«En el cincuenta y ocho un primo me ofreció trabajo en un taller de arte sacro de Madrid. Un taller que, por cierto, se estaba yendo a pique. Así que hice un estudio de viabilidad (don Toni estudió márketing cuando nadie en España sabía lo que era el márketing) y lo refloté. Y hasta hoy que, bueno, jeje, ya te he contado lo que hemos hecho en todo el mundo...», dice orgulloso antes de zamparse un buen montón de garbanzos con morcilla y regarlos con tinto castellano, no por nada, ciertamente cabezón.
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