Ahmed Brahim protagonizó en apenas dos años una metamorfosis física
y psicológica que sorprendió a las personas de su entorno, según
relatan diversos conocidos consultados que no quisieron ofrecer su
nombre. Y, al igual que Brahim cambió, también lo hizo su familia.
Su esposa Pirjo, de nacionalidad finlandesa, cabello rubio y
esbelta figura; y su hija Nora, de diez años, una niña brillante,
según sus profesores. Los Brahim eran una familia que vivía
integrada en Mallorca como una más dentro de la diversidad
multicultural que respira la Isla en nuestros días. Antes de que
arrancaran los dos últimos años de su estancia en Mallorca, Ahmed
Brahim era un multimillonario argelino que residía con pompa y
ostentosidad en la Palma más pudiente.
Con una cuenta corriente que podría ser la envidia de muchos,
según comentan las fuentes, y una forma de vida para un argelino
que no tenía nada que envidiar el ritmo vital de un rico potentado
alemán de vacaciones en el Archipiélago. Su residencia en el
edificio Miramar contaba con casi 700 metros cuadrados, una piscina
privada en la parte superior y unos muebles sacados de las mejores
revistas de decoración. De repente todo aquello cambió. Según
cuentan ciertas personas que le conocieron, su carácter sufrió una
fuerte transformación. Dejó que le creciera la barba y descuidó a
conciencia su aspecto exterior. En esa misma línea evolucionaron su
mujer y su hija, que huían de todo tipo de adornos superfluos.
Pirjo y Nora, que antaño vestían con ropas occidentales y se
comportaban con mentalidad abierta, comenzaron a ponerse el velo,
vestir traje largo y mostrarse más introvertidas, aunque siempre
con un trato amable. Quienes les conocían afirman que sufrieron una
metamorfosis hacia la austeridad. Era el principio del camino, ya
que según estas fuentes, Ahmed Brahim comenzó a extremar su
religiosidad. Obligaba a las visitas a descalzarse cuando llegaban
a casa para ponerse unas babuchas. Preparó una habitación especial
en su casa para las oraciones, orientada a La Meca, y su frente
llevaba siempre la marca inconfundible de todo musulmán que ora
mucho y con una enorme dedicación. Los vecinos del edificio del
Passeig Marítim de Palma recuerdan a Ahmed Brahim como «un hombre
alto, corpulento, con un palmo de barba que se había dejado crecer
en los últimos meses en los que vivió en Palma».
Asimismo, sus vecinos de Ciutat no salen del asombro por la
actividad que, al parecer, desarrollaba el ciudadano argelino que
durante casi quince años vivió en el inmueble del Passeig Marítim.
No obstante, algunos de ellos ya sospechaban que ese ingeniero de
57 años podría no andar en asuntos demasiado transparentes. Dicen
que era un ingeniero que no tenía un trabajo fijo conocido y que se
ausentaba durante largos períodos de tiempo; además, en su piso
había bastante trasiego a determinadas horas del día que no eran
muy propicias para ello. Asimismo, la austeridad se convirtió en la
reina de la casa. Suprimió lujosos muebles aunque dejó las
alfombras, todo con tal de imponer la austeridad en el hogar. De
igual modo se transformó su carácter. Según cuentan quienes le han
conocido, Ahmed Brahim pasó a tener un carácter seco, irritable en
ocasiones.
La religión comenzó a ser una obsesión en su vida y las
relaciones con la gente con las que antes se relacionaba dejaron
paso únicamente a amistades con personas de aspecto musulmán. «En
algunos momentos eso parecía la Congregación Mariana, porque sus
invitados llamaban mucho la atención. No mantenía relaciones con
los vecinos, salvo el tradicional saludo si te cruzabas con él en
el edificio», recuerdan algunos vecinos. En poco tiempo hizo que su
hija dejara el colegio Santa Catalina en el que estudiaba y cambió
igualmente la vida de su mujer Pirjo. «Su marido empezó a obligarle
a que se pusiera el velo y ropa austera», señala otra vecina que
añade: «A mi me daba pena de la mujer, pensé que le podía estar
pasando algo extraño». El mismo proceso tuvo que superar la hija.
Una vecina afirma que cuando la hija abandonó el colegio «empezó a
estudiar en su casa, por libre». Según esta vecina, Nora marchaba
de vez en cuando a Madrid «para examinarse en un colegio árabe».
Poco después la familia Brahim abandonó Palma para no volver.
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