El resultado de la primera vuelta de las elecciones
presidenciales francesas ha supuesto una auténtica sorpresa, puesto
que contra todos los sondeos anteriores, que apuntaban a una ligera
ventaja del socialista Lionel Jospin sobre el actual presidente de
la República, los resultados de ayer han dejado la batalla por el
Eliseo en un combate a dos entre el neogaullista Jacques Chirac,
actual inquilino, y el ultraderechista Jean Marie Le Pen.
De lo acontecido ayer cabe resaltar el desinterés creciente de
los electores galos, con una de las participaciones más bajas de su
historia en unos comicios, lo que ya, de por sí, puede haber
contribuido a este sorprendente resultado.
Jospin, que ya ha anunciado que abandonará la vida política en
el próximo mes de mayo, y los suyos, deberán reflexionar sobre unos
resultados que les han dejado fuera de la carrera por la
presidencia de la República.
Pero también deberían reflexionar el resto de las fuerzas
políticas francesas acerca de lo que ha conducido a esa eclosión de
la extrema derecha, hasta ayer minoritaria, para que se haya
convertido en un partido con serias opciones para conducir los
destinos del país vecino.
No es nada bueno, en la Europa del mercado único, en la Europa
sin fronteras, que se alcen algunos personajes e ideologías que
pueden conducir a involuciones que hay que evitar a toda costa.
No obstante, queda una segunda vuelta y, las encuestas,
afortunadamente, dan un amplio margen a Jacques Chirac, lo que
evitaría la subida al poder de Le Pen. Aunque lo cierto es que lo
acontecido en Francia ayer da que pensar y mucho sobre el futuro
que se avecina, del que hay que espantar fantasmas de un pasado
nada deseable.
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