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Desde hace un año el notario Ricardo Rincón se ha establecido en Calvià y tiene el despacho en unas dependencias de la bonita casa que ha adquirido a la entrada del pueblo, que su esposa, Desirée, alemana de Stuttgart, se ha encargado de decorar y, casi, de convertir algunos metros del terreno que la rodea en un pequeño zoo en el que viven cuatro corderos (Juanita, Conchita, Margarita y Pepito, se llaman) un dogo (Sort), una cerda vietnamita (Cecilia), un avestruz (Nami, de Namibia, donde ella vivió durante unos años), dos caballos (Cubano y Elegido), gallinas, pavos reales, carpas, patos, etc. «¿Que por qué les pongo nombre? Porque con nombre no los sacrifico».

Los Rincón han ideado un sistema para aprovechar el agua de lluvia que discurre por una zanja frente a su casa, con la que riegan el jardín y llenan el estanque.

Desirée, que ayuda a su esposo en la notaría, atiende a diario a su pequeña fauna. «Uno de los caballos se lo compré a Fausto Ferrero, y ya es medalla de bronce en el campeonato de Mallorca. Dicen que tiene un gran futuro».

El notario Rincón y su esposa vivían antes en Marbella, por tanto conocen muy bien aquella ciudad, «que ya no es como era, pues no se respetan las zonas verdes, se construye en todas partes y el tráfico es cada vez mayor. ¿Gil? Al principio parece que lo hizo bien, sobre todo eliminó todo lo que fuera inseguridad. Finalmente se le han complicado las cosas al hacer lo que ha querido, lo cual no puede ser». Dice Desirée que entre Marbella y Mallorca jamás ha habido rivalidad, «pues son dos lugares que nada tienen que ver el uno con el otro. Allí son más dados a la fiesta, aquí a la discreción. A mí me gusta Mallorca y encima la sociedad mallorquina me ha aceptado muy bien. La gente es también distinta a la de allí, que puede que de entrada sea algo más abierta que la de aquí; vamos, allí es que te lo cuentan todo a poco de conocerte, en cambio, la de aquí, sin ser cerrada, le cuesta algo más darte su confianza, pero cuando lo hace es para siempre».

Desde que vive en Mallorca hace cuanto está en su mano para introducirse en la cultura de la Isla. «Hablo constantemente con la gente de la calle, procuro enterarme de cosas y desde hace semanas asisto a un curso de catalán "y añade". No entiendo cómo puede haber alemanes viviendo en Mallorca desde hace veinte años que no hablan castellano y catalán. Yo eso lo solucionaría. ¿Cómo? Haciendo que la publicidad exterior fuera en catalán o en español, y hablándole siempre en esos dos idiomas. Uno ha de aprender la lengua de la tierra en la que vive. Eso es fundamental para integrarse en ella».