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Entre las distintas excursiones que los turistas realizan por nuestra Isla durante su estancia hay zonas de obligada visita, no tanto por su atractivo paisajístico como por la oferta de gangas que exponen en sus mercadillos semanales. Estos puntos concretos se convierten cada año en un auténtico hervidero de gente que recorre sus rincones en busca de algunos objetos que llevarse consigo. Durante la semana, los mercaderes viajan alrededor de toda la Isla para deleitar al turista con productos de toda índole. La playa y el buen tiempo son los dos enemigos de estos mercadillos ambulantes, ya que los turistas suelen preferir torrarse al sol a recorrer las calles abarrotadas de gente. Por esta razón, los días nublados son los preferidos para visitar estos epicentros comerciales.

La gran mayoría de los mercados insulares se rigen por las mismas características. El mismo pueblo suele acoger el mercadillo entre dos y tres veces por semana. Los mercaderes más madrugadores empiezan a ocupar, como de costumbre, la zona sobre las cinco de la mañana. Pero el madrugón no es general, sino que sólo lo sufren aquellos que no tienen alquilado un espacio fijo, por lo que tienen que precipitarse para ocupar un buen lugar, siempre y cuando se respeten dichos espacios.

Es a partir de las ocho de la mañana cuando empieza el auténtico movimiento comercial, debido a la llegada de los primeros visitantes. En algo más de dos horas, el mercadillo se convierte en el punto de encuentro de la muchedumbre. Cientos de personas se congregan para rebuscar entre los montones, con el objetivo de encontrar algún objeto útil. La clientela de estos mercadillos es de dos tipos: la autóctona y la turística. La primera suele acudir en busca de artículos de interés, mientras que los turistas merodean con el fin de adquirir objetos típicos, que confirmen su visita a la Isla. Los objetos más solicitados por estos intrépidos turistas son las aubarques, los siurells, o los tradicionales souvenirs con la etiqueta de «Recuerdo de Mallorca».

Estos dos tipos de clientes coinciden en un mismo objetivo: encontrar una gran ganga. Por ello, los precios son fundamentales. Cuanto más barato, mayor número de ventas. Los comerciantes lo saben e intentan ofrecer un precio menor que el de la competencia. Los astutos turistas conocen estos tejemanejes, por ello la técnica del regateo está a la orden del día. Captar la atención del turista es una misión bastante fácil, ya que éste está abierto a todo tipo de sugerencias. Pero existen objetos encargados de atraer esa atención con una simple ojeada, como son las ranitas de la suerte, los peluches saltarines o los últimos modelitos de lentejuelas. Parece ser que los artículos más horteras y más absurdos son a veces los más atractivos para el turista.

Pero no todos caen en estos despilfarros tópicos, sino que algunos defienden la personalidad autóctona y acuden a mercadillos donde pueden encontrar objetos con mayor historia. Es el caso de Consell, Magaluf y Palma, donde los artículos que se venden son de segunda mano, con un amplia historia tras sus espaldas. Los amantes de las antigüedades deben acudir temprano para conseguir auténticas gangas. Libros y discos de vinilo de antaño, utensilios de cocina carcomidos por el tiempo, pequeños muebles o complementos de decoración, aparatos electrónicos bastante obsoletos y muñecas de trapo son algunos de estos asequibles objetos. Eso sí, en cualquiera de los mercadillos de la Isla, el turista debe estar prevenido sobre la acción fraudulenta, tanto de los trileros como de los carteristas, que hacen su agosto en esas zonas abarrotadas de gente.