Ana Obregón pasaba casi desapercibida ante el ajetreo típico del verano en las Islas.

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No lo puede remediar pese a que lo intente. Se pasa todo el día en casa, y cuando decide salir se lleva detrás de sí a media docena de fotógrafos a los que no hace mucho caso, pero se deja fotografiar. Nos referimos a Ana Obregón. Y eso que el escolta de turno, caribeño para más detalles, nos lo advirtió: «Vamos a estar veintitantos días aquí, así que vamos a portarnos todos bien».

Y asi fue: Ella salió de casa a media tarde y tras advertirnos que no fotografiáramos al niño, dijo que se iba a Palma. Sin embargo, al pasar por Cala Millor aparcó y se fue a jugar un rato con Alejandrín a unos juegos recreativos, donde el crío ganó siempre, incluso cuando jugó contra el escolta.

Al día siguiente cometió el error de hace dos años, cuando «lo» del oftalmólogo. Porque cuando llegó a tierra en la zodiac con su hijo, el escolta y el caballero -¿quién era?-, no miró a su alrededor, ni tampoco lo hizo cuando extendió la toalla sobre las rocas del Beach club Gran Folies de Cala Llamp, ni cuando pidió el almuerzo -aguacate con gambas, entrecot, solomillo y ensalada de arroz-, ni cuando pagó la cuenta con una tarjeta de crédito, ni cuando Alejandrín habló a través del móvil con su padre, Dado. Porque si se hubiera fijado, se habría advertido que detrás de la roca había alguien. Un fotógrafo. O dos.