Anteayer por la tarde, cuando nos disponíamos a escribir, tras haber esperado a que Ana Obregón saliera de la pelu, sonó la alarma. Mi amiga María, que había estado tomando un refresco en la terraza de un hotel de Palma, frente al mar, y a su lado, nos puso tras la pista. «Si venís deprisa, los pilláis. Los veo... no sé, ¿acaramelados?», nos comentó la confidente. Y, efectivamente, allí estaban. Ella, de blanco, como las viudas mexicanas actuales o las españolas del siglo XV, como doña Juana la Loca, por ejemplo; él, de calzón rojo, de baño, y camisa clara. Cubría los ojos con oscuras gafas.
Estaban sentados en la terraza, uno frente al otro manteniendo, según observamos, una conversación distentida y amena. Era evidente que se encontraban a gusto. A los veinte minutos abandonaron aquel lugar, entraron en el interior del hotel, hablaron con alguien de recepción, y esperaron en una salita contigua, según se va a los baños, sentados uno al lado del otro.
A Marina Castaño, que como quien dice acababa de llegar a Son Sant Joan, se la veía feliz y cómoda; además, estaba muy guapa. Él, ahora que le teníamos más cerca, nos pareció que era Àlvaro Bultó, pero no. Tiene un aire, pero es bastante mayor. ¿Que quién es? Pues, según nuestras averiguaciones, es un escultor llamado Richard Hudson, de nacionalidad británica, residente en Palma, en una casita frente al mar no muy lejos de donde se encontraban y hasta hace unos meses novio de la pintora Natasha Zuppan.
¿De qué hablarían Richard y Marina? Pues seguramente de arte. O de qué sé yo. Por fin llegó el taxi de color blanco. Él, con la maleta en la mano "¿una Louis Vuitton, tal vez?, que depositó en el maletero" no la dejó hasta que se acomodó en el interior del coche. El taxi partió "¿en dirección a Es Canyar?" y él, sin prisas, se dirigió al todoterreno de color verde, de matrícula inglesa, en cuyo interior, junto al cambio de marcha, habían quedado dos latas vacías de Pepsi, en el maletero una bota tipo Panamá Jack y, a su lado, una guía de viajes en inglés y un cubo con un rodillo.
Al día siguiente quisimos saber más y esperamos. A mediodía, acompañado de un joven de unos veinte años "¿su hijo?" fue a Valldemossa. Aparcó cerca de la terraza del Don Pedro y ¿quién dirá que les estaba esperando allí? Natasha Zuppan, con quien almorzaron pizza. Sobre las tres de la tarde se levantaron, y en el coche de él se perdieron por las callejuelas de Valldemossa, seguramente con dirección a Palma. La pregunta del millón es: ¿Se volverán a encontrar Marina y Richard? Si sucediera eso, sería noticia, si no, pura anécdota. Y es que el verano está lleno de unas y de otras.
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