Desde hace unos años, el discurso del presidente Aznar en la cena
del Partido Popular en Menorca marca, en cierto modo, el fin del
verano político a nivel nacional y el inicio del nuevo curso. En
esta ocasión, cobra una especial relevancia al tener lugar dos días
antes del pleno del Congreso de Diputados en el que, por una amplia
mayoría, con los votos del PP y PSOE, se aprobará la iniciativa
parlamentaria que pondrá fuera de la ley a Batasuna, «el brazo
político del terror», como dijo José María Aznar, añadiendo a
continuación algo que no puede pasar desapercibido: que la
ilegalización de Batasuna sólo se conseguirá «si así lo deciden los
tribunales». No será, pues, ni podría serlo, una mera decisión de
los partidos políticos.
Como era previsible, el presidente se refirió con palabras
emocionadas al terrible atentado de Santa Pola: «A ninguno se nos
olvidará el terror de Santa Pola y Torevieja. Nunca podremos
olvidar todo el daño que se ha hecho y el que se ha querido hacer y
no se ha conseguido». Y a continuación, una advertencia en toda
regla: «No les vamos a dar ni un minuto, ni un segundo de respiro.
Se acabó el 'santuario institucional'. En el juego democrático no
pueden estar los que lleven las pistolas».
Ciertamente, puede haber discrepancias con los matices, pero no
con el fondo de la cuestión. La inmensa mayoría de la sociedad
española condena el terrorismo y a sus cómplices. Y no desea
permanecer impasible frente a quienes se esconden tras la
apariencia de un partido político para ayudar a los que ponen las
bombas.
El paso dado por Aznar y Zapatero conlleva algunos riesgos y
plantea graves incertidumbres. Los atentados no se acabarán. Quedan
días negros por venir, pero quienes favorecen la estrategia del
terror ya no tendrán cobertura legal alguna. La linea divisoria
entre terroristas y demócratas estará más clara que nunca.
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