Pues miren. No encontramos barricadas en la calle, ni tensión entre
las cuatro culturas que integran la comunidad ceutí, a donde hemos
llegado con el alba tras haber atravesado el Estrecho en cuarenta
minutos a bordo de uno de los ferrys que a diario lo cruzan desde
el amanecer a la anochecida. En taxi hacemos el recorrido de apenas
dos kilómetros, que son los que separan la estación marítima del
hotel Tryp, donde nos estableceremos. Al preguntarle al taxista si
pasa, o puede pasar algo, nos responde, casi con una carcajada, con
un «¿Qué va a pasar? Si aquí se vive como Dios. Mire -deposita los
bultos en la acera-. Por mucho que el Mohamed largue, ni aquí, ni
en la otra parte de la frontera, nadie quiere que cambien las
cosas. ¡Eso son politiqueos, fantasmadas de ese hombre! ¿No ha
visto lo tranquila que está la ciudad?».
Tras abonarle la carrera, le preguntamos como llegar a Perejil.
Nos dice que no es fácil. «Hay que pasar a Marruecos, y en un taxi
llegar a una zona en la que hay un cabo, tras el cual está el
islote. Y si quieren llegar a él, habrán de hacerlo en barca, lo
cual no es sencillo, pues a lo mejor no hay ninguna por allí».
Depositadas las bolsas de viaje en la habitación, y recabada cierta
información cerca de un policía local con el que nos hemos cruzado
en la calle sobre que zonas podemos encontrara las distintas
comunidades -«¡Cuidadín!», nos advierte, «si van al barrio del
Príncipe Alfonso. Ahí pueden tener problemas».
Antes de acudir a Comandancia General, donde nos espera el
general Yagüe, nos acercamos a pie -en Ceuta, lo típico e histórico
está muy a mano- hasta las murallas que rodean la fortaleza, a su
vez circundadas por un foso con agua -el único en España-; agua
salada, del Mediterráneo que está al lado y que se cuela por debajo
del puente. A la derecha de la fachada del castillo que mira hacia
el puerto, un enorme cartel anuncia que se está remodelando el
Baluarte de los Mallorquines, y que la obra se hace, vía Consejería
de Fomento de la Ciudad Autónoma de Ceuta, gracias a una importante
aportación económica de la CE, y que su costo total es de algo más
de un millón de euros.
El Baluarte, según nos señala una ceutí que pasaba por allí, se
encuentra frente a nosotros. De él tan solo quedan los cimientos y
las galerías que los recorren en su subsuelo. Entre los restos del
Baluarte de los Mallorquines y la parte de la muralla rodeada por
el foso, está el puente de Cristo, por el cual pasa la mayor parte
de la circulación de aquel tramo de la ciudad. Con Hammadi habíamos
quedado en la víspera, vía móvil -le habíamos llamado desde
Algeciras, adonde llegamos cinco minutos tarde para poder embarcar
en el último ferry, por lo que tuvimos que hacer noche allí-, que
le llamáramos por la mañana, «pues tengo un musulmán radical que
puede interesaros, sobre todo por lo que dice respecto a la
hipotética anexión de Ceuta y Melilla por parte de Marruecos».
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