Volar es muy fácil, lo difícil es volar bien», indica el nuevo jefe de la Base Aérea de Son Sant Joan y del Sector Aéreo de Balears, Alfonso Jiménez de la Portilla. Una apreciación que relaciona con los ataques del 11-S a partir de su larga experiencia como instructor de vuelo de la célebre Patrulla Àguila. La espectacular exhibición aérea realizada sobre los cielos de Mallorca con motivo del Día de las Fuerzas Armadas supone un duro entrenamiento profesional junto a unas cualidades de concentración y cálculo de ruta de precisión matemática. «Hay que tener en cuenta que la distancia entre un avión y otro es de uno o dos metros y sólo se calcula el suelo como referencia o la posición del sol a velocidades del orden de los 250 nudos».
La base aérea de Son Sant Joan cumple dos objetivos fundamentales: actuar como base logística de apoyo a un escuadrón de caza y operar con el 801 escuadrón del SAR en operaciones de salvamento, que recientemente celebró sus 75.000 horas de vuelo. Funciones que culminan un largo historial aéreo vinculado a las bases de Pollença (destinada a apoyo del 43 Grupo de extinción de incendios) y del Puig Major (para la vigilancia aérea), cuyo historial y memoria se expondrán en un salón de honor ubicado en las instalaciones, según un proyecto personal del nuevo jefe del Sector Aéreo.
La vocación de Jiménez de la Portilla, un profesional que refleja las virtudes propias de las fuerzas aéreas, le viene en parte de familia y por proximidad geográfica a la base de Badajoz, su ciudad natal. «Mi hermano es ingeniero técnico aeronáutico y yo ingresé en la Academia de San Javier sin haber volado. Mi primera experiencia de vuelo con un helicóptero Chinook fue impactante». Durante los cuatro años de estudio en la academia afloran las habilidades de cada uno, ya que allí se entra para volar y a través de la academia se perfilan las aptitudes de cada uno que definen las tres especialidades existentes: helicópteros, transporte y caza.
Tras un curso de seis meses como instructor de vuelo en Salamanca en aviones de transporte, regresa a Badajoz para cumplir el sueño de su vida: pilotar un avión de caza. En este caso un F-5. Experiencia que se prolonga seis meses hasta ser destinado a Torrejón, donde toma contacto con un avión que le dejó huella: el C-12 Phantom, en su opinión uno de los mejores aparatos en materia de armamento y velocidad, cifrada en Match 2 (dos veces la velocidad del sonido). En su opinión, los aviones antiguos exigían una mayor dependencia de la habilidad del piloto, además de una notable resitencia física y agudeza visual.
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