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Frente a esa ciudad, Palma, que resurge, cambia, se renueva, se despersonaliza, se moderniza a base de millonarias inversiones, existe esa otra ciudad que decae y va desapareciendo casi de manera imperceptible pero implacable, tanto que si el sentido común de los que comandan en las distintas administraciones responsables no se impone llegará a ser un simple recuerdo que en sus mentes guardan los más viejos, o que simplemente perdurarán en viejas fotografías o dibujos. Valgan unos pocos ejemplos como referencia a ese patrimonio que la erosión y abandono están haciendo mella en sus estructuras, aunque en algunos ya se atisban elementos que hacen pensar en que serán salvados de la ruina extrema. Ses Quatre Campanes en el camí de Jesús, el pont des Tren, Can Serra, sa costa de la Sang, Sant Felip Neri, además de muchos otros, son algunos de los bienes patrimoniales de Palma que precisan de una restauración en profundidad.

Uno de esos elementos más conocidos, por el intenso tránsito rodado que soporta, es el pont des Tren, construido en 1910 por el arquitecto y urbanista Gaspar Bennàssar, para salvar las vías del ferrocarril y facilitar la comunicación entre las zonas del ensanche de la ciudad, que quedaban divididas por la implantación de la línea férrea. Casi cien años después, el deterioro de la barandilla de marés ha sido imparable debido a la suma de factores en contra como son las condiciones climáticas y otras causas traumáticas producidas por el uso y, especialmente, por los impactos de los vehículos que transitan por ese paso elevado. Tras el accidente ocurrido hace algunos días, que produjo daños «terminales» en parte del puente, el Ajuntament, concretamente el teniente de alcalde José María Rodríguez, ha dado la orden de hacer un proyecto de reforma, aunque la piedra sustituirá al marés. El problema es que la legislatura termina y es posible que esa orden caiga en saco roto y el puente prosiga degradándose hasta que el siguiente político que asuma la competencia decida dar la orden de que se lleve a cabo un proyecto de restauración.

También precisa urgente restauración la barandilla que separa el jardín botánico de la Casa de Misericòrdia con la costa de la Sang. El cerramiento es de piedra de marés, y, como es el caso del pont del Tren, las inclemencias del tiempo y otras causas traumáticas, han provocado un grave deterioro que en algunos tramos alcanza la calificación de ruina. La Casa de Misericordia empezó a construirse en 1667 a instancias del padre Ignasi Fiol, en las afueras de la ciudad. Con el paso de los años se hicieron diversas reformas, al tiempo que el edificio pasó a formar parte del centro de la ciudad, por el crecimiento urbano experimentado.