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El descubrimiento de unas ojivas preparadas para la guerra química en Irak puede constituir la excusa perfecta que el presidente norteamericano, George Bush, estaba esperando para autorizar esa guerra para la que ya ha pedido ayuda a la OTAN. Desde Europa la aventura bélica estadounidense se ve con ojos muy distintos y para nosotros no es más que motivo de preocupación, pues las consecuencias económicas de un enfrentamiento de ese calado pueden durar años. El propio presidente francés, Jacques Chirac, se ha mostrado en contra, aunque el británico Tony Blair, el italiano Silvio Berlusconi y su amigo José María Aznar siguen dando muestras de apoyo a Bush que resulta incomprensible para la mayoría, porque las verdaderas motivaciones de esta guerra están más que confusas y ya se habla claramente en muchos foros de que en realidad sólo hay intereses petrolíferos en esta contienda. Apenas nadie cree ya el sambenito de que Sadam Husein es un dictador que posee armas de destrucción masiva y que sus relaciones con el «eje del mal» pueden a la larga traer más de un problema a Occidente. Que el iraquí es un dictador está más que claro, pero en esa zona prácticamente todos los países se rigen por sistemas totalitarios; que tenga armas peligrosas es un argumento aplicable a decenas de otras naciones -la India o China, por ejemplo- y su relación con Bin Laden únicamente forma parte de la leyenda.

Así las cosas, nos enfrentamos a una situación al rojo vivo que puede derivar en asuntos muy problemáticos. Desde aquí, sin ir más lejos, la perspectiva de una guerra se contempla como una amenaza real y grave para la actividad turística, que se basa principalmente en la confianza que ofrecen los mercados emisores y receptores.