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El mundo se sorprendió por una nueva tragedia espacial. Los siete astronautas que regresaban a la Tierra a bordo del transbordador Columbia fallecían al desintegrarse la nave en su reentrada en la atmósfera.
Las causas del terrible siniestro serán investigadas de forma exhaustiva para determinar qué factores han podido provocar la catástrofe. Esto sucedía diecisiete años después de que el Challenger explosionara poco después de despegar al fallar el sistema de ensamblaje de los depósitos de combustible. Desde aquel accidente hasta el siguiente vuelo de un transbordador espacial transcurrió mucho tiempo, unos tres años, en los que se revisó a fondo todo el sistema para evitar que se repitiera cualquier accidente similar. Este desastre ha vuelto a herir el orgullo norteamericano, que ya resultó afectado por los atentados del 11 de septiembre, cuestionando seriamente un status quo que los ciudadanos de EEUU tendían a considerar como inmutable. Ahora, también es previsible que se produzca un nuevo parón en los viajes espaciales de la NASA, lo que puede afectar, sin lugar a dudas, a la construcción de la Estación Espacial Internacional. Sin embargo, tras la tragedia, no han tardado en surgir voces muy críticas que hablan de la drástica reducción del presupuesto de la NASA y de que ello ha repercutido de forma clara en la seguridad. Si esto es así, realmente sería muy triste que hayamos tenido que pasar por la pérdida de vidas humanas para replantear estas cuestiones. El presidente Bush, muy afectado, anunciaba que continuarán los viajes espaciales. Y es evidente que los experimentos realizados a bordo de los transbordadores en condiciones de microgravedad han supuesto importantes avances no ya sólo para la vida cotidiana, sino además para otros campos de la ciencia como la misma medicina. Sería por ello positivo que continuasen los viajes más allá de la atmósfera, pero siempre contando con las máximas garantías para la seguridad e integridad de los astronautas.